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Creando estilos de vida sanos

Me convertí en una maestra del engaño...

Durante gran parte de mi vida he sido consciente de que soy una mentirosa y una maestra para el engaño. Tengo 37 años y desde hace dos entendí que tenía un serio problema y me puse en manos de una psicóloga para sobrellevar mi situación. Es que aunque disfruto mentir, sé que es algo que no está bien y debo superarlo.

Al principio empecé a mentir para lograr permisos en la casa, decía que me iba para un lado y salía para otro, en el colegio mentí y no dejé de hacerlo en la universidad, pero cuando empecé a mentir para sacar beneficios económicos la situación empeoró. Cuando necesitaba plata sabía a dónde acudir y armaba un show de tal magnitud, todo sustentado en mentiras.

Tengo mis cualidades para la actuación y para mí no es difícil inventar un llanto, un lamento y decir lo que sea con tal de conseguir lo que necesito. También engaño para poder entrar a un círculo social y aparentar que soy de determinada manera, siempre buscando beneficio. Lo hago conscientemente.

Cada día me sorprendo de mis tretas, con el tiempo mi mitomanía me ha enseñado que un buen mentiroso debe tener dos cualidades: buena memoria y gran capacidad histriónica, sin eso un mitómano está perdido. ¿Se imaginan que no me acuerde de las mentiras que he dicho? Caería en contradicciones todo el tiempo y me pillarían con facilidad. Por ejemplo, me he inventado cursos y capacitaciones en otros lugares solo con el pretexto de pasear y descansar, luego me siento en el computador y diseño un diploma y santo remedio: ni cuenta se dieron en mi casa.

Yo le he mentido a todo el mundo: a mis padres, mis compañeros de trabajo y mis pretendientes. Un día un novio me pilló con otro, pero fue tal mi capacidad de envolverlo, engrupirlo y mentirle, que terminó pidiéndome perdón. Mis mentiras le han hecho daño a mucha gente que me ha querido, hombres que me han amado, pero de malas, para qué se atravesaron en mi camino.

La mitomanía no se hereda pero mi hijo de 16 años me ha aprendido cosas y le he enseñado varios trucos, le veo madera para cumplir con las características de un buen mentiroso. Confieso que como mitómana disfruto al decir mentiras y gozo cuando engaño a la gente. Siento placer con todo el espectáculo que armo y con la cara que hacen los idiotas que se creen mis cosas. Lo disfruto mucho a pesar de que sé que no es nada normal ser así. También tengo claro que mi enfermedad no es buena y por eso pedí ayuda e inicié un tratamiento médico. Durante una hora a la semana cumplo con una terapia psicológica en donde mi doctora me confronta y me ayuda a entender la mitomanía.

Hoy me siento mejor, y confieso que he tratado de controlar el impulso de mentir y este testimonio es un ejemplo de ello: todo lo que he dicho es la pura verdad.