Julieta... Una víctima más del alcoholismo
Una amiga fue mi "salvación" ya que comenzó a llevarme a todas las fiestas que la invitaban, pero también iniciaron los problemas en mi casa y en mi trabajo, porque ya cualquier día de la semana podía llegar tarde, cruda, ojerosa, cansada, de mal humor y con los nervios hechos pedazos.
Ahora tengo 34 años, dos hijos, un divorcio y una forma de divertirme que no es posible si no estoy borracha. La gente que me rodea piensa que disfruto mucho beber alcohol. Lo que no saben es que es frustrante no poder dejarlo. Además, su consumo es juzgado más duramente en mujeres que en hombres.
Lo mío es el alcohol, pero últimamente lo estoy mezclando con cocaína porque me permite no sentir los efectos de la bebida tan fuerte. Si inhalo un poco de cocaína la "riego" menos cuando estoy ebria. Hace nueve meses crucé la frontera para ir a un bar con mis amigas del trabajo que tengo en San Diego, California. Me embriagué como no debía hacerlo y para acabarla de "fregar" una patrulla me detuvo por exceso de velocidad. El policía gringo era muy guapo, pensé que ligar con el me dejaría libre. Pero no. Me esposó y me encerró en la estación de policía por unas horas. Del auto debí pagar mil dólares de infracción y me condenaron a asistir por seis meses a un programa de Alcohólicos Anónimos en California.
Uno de los momentos más penosos en familia sucedió la navidad del año pasado. Mis hijos y yo la festejaríamos en casa de mi mamá, o sea, su abuela. Lo malo fue que el día 23 de diciembre me salí a una reunión de amigos que terminó en un after que se prolongó hasta las siete de la tarde del día de Nochebuena, o sea el mero 24. Se supone que yo hornearía un pavo para toda la familia. En lugar de eso llegué a la hora de la cena navideña medio cruda, ebria, sin pavo y con una cara espantosa. De castigo tuve que salir a la calle a buscar una taquería para, de perdida, recibir la navidad con tacos de carne asada. Este año lo único que deseo es llegar sobria a la navidad.