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Creando estilos de vida sanos

Un simple trago me dejó ciego

Mi nombre es José Audelino Castillo. Tengo 70 años. A los 11, muy joven, y sin permiso de mis padres, me fui de la finca paterna en busca de mi propio futuro. Terminé la primaria y me gradué de bachiller mientras buscaba cómo ganar dinero. Trabajé de ayudante, mensajero y celador. Cuando tenía 20 años conocí el dizque lucrativo negocio de la guaquería. En Muzo y pueblos vecinos en el departamento de Boyacá, les compraba esmeraldas a campesinos y las revendía en el centro de Bogotá, en la popular calle de los esmeralderos. El próspero negocio me duró casi cinco años, hasta que el 27 de agosto de 1973, un lunes, la vida me dio un giro inesperado.


Guardo muchos detalles de aquel día porque el transcurrir de los años me ha permitido recrear muchas veces en mi mente lo que viví como si hubiese sido ayer.
Tenía tan solo 25. Después de ver, mostrar y negociar algunas piedras, al caer la tarde me fui con algunos amigos a tomar unos tragos en un restaurante ubicado en la calle 13. Estábamos tan contentos que se nos pasó rápidamente el tiempo.

Pasé la resaca en mi casa, donde vivía con una hermana, en el barrio 7 de Agosto. Pero unos días después llegó el día que jamás imaginé. Me levanté mareado y con la visión borrosa, pensé que tal vez era cansancio o síntomas de un simple malestar general. En realidad, no presté mucha atención y volví a dormir, pensando que un buen reposo bastaría. Al despertar de nuevo estaba peor: ya no veía por el ojo izquierdo, y la visión por el derecho la tenía reducida.

La preocupación se apoderó de mí. De camino al hospital y viendo por la ventana, los colores se empezaron a tornar opacos y los buses se veían muy sucios, el gentío que a esa hora caminaba por las calles de la ciudad fue lo último que vi en mi vida.
Meses después me enteré de que de los demás hombres que estaban conmigo ese día, uno había fallecido, el otro perdió un ojo y otro más sufrió una trombosis. Todos fuimos víctimas del mismo licor adulterado.

El proceso de quedar ciego es algo muy complicado y se debe enfrentar con entereza. Lo primero que me animó para salir de mi encierro y volver a luchar fue un niño que vivía en la misma casa adonde me había trasladado a vivir con una de mis hermanas en el barrio Quirigua, en el occidente de Bogotá. Ese pequeño, con mucha paciencia, me ayudó a dar los primeros pasos, y era como volver de nuevo a aprender todo, como lo hace un bebé.

Doy este testimonio porque quiero recomendar a las personas que toman licor que lo hagan de manera responsable, que lo compren en sitios de confianza, como grandes tiendas y supermercados; que miren bien los sellos y las etiquetas de las botellas, que no compren licor de contrabando, que destruyan las botellas después de consumido el licor. Yo no quiero que a otros les pase lo que a mí por culpa de un mal trago.