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Creando estilos de vida sanos

Malvendí el reloj de oro de mi abuelo para seguir comprando

"Tuve una infancia acomodada en Barcelona. Padres empresarios, familia numerosa, buenos colegios y cualquier capricho cubierto al instante… Quizás esa falta de tolerancia a la frustración y la costumbre de satisfacer inmediatamente mis deseos fueron determinantes en mi personalidad, bastante endeble, por cierto".

Aunque ya había ido dando señales, su conducta adictiva empezó a los 40 coincidiendo con una crisis brutal de identidad. "Dejé de encontrarle sentido a todo lo que hasta entonces eran mis puntales: hogar, familia, trabajo, lectura… En lugar de tomarme un tiempo para viajar y poner en orden mi cabeza, me dio por evadirme en las compras. Lo que tomé como un modo de huir en momentos muy puntuales se convirtió se convirtió en una adicción que me fue engullendo", relata con tranquilidad.

Primero fueron los centros comerciales. "Todo me venía bien y empecé a tirar de una tarjeta vinculada a una cuenta en la que yo era el único titular. No necesitaba dar explicaciones a nadie. Luego descubrí el placer de comprar por internet. Había momentos en los que me sentía e impulsivamente abría el ordenador. He pasado tardes enteras de tienda en tienda llenando una cesta virtual que, afortunadamente, casi siempre anulaba antes de pagar".

A Jordi, como a la mayoría de los hombres adictos a la compra, le pierde la tecnología y su gran pasión son los reproductores de música y cualquier artículo relacionado con el automóvil. Suelen ser compras que exigen un mayor desembolso que una prenda de ropa. "El descalabro económico daría para hablar horas. El día más doloroso fue el que malvendí el reloj de oro regalo de mi abuelo para seguir comprando. Con el dinero conseguí un equipo de música de alta fidelidad, aún sin estrenar". Tiene también un garaje lleno de cajas que nunca llegó a abrir y están a la espera de hacer algún donativo y regalos a personas que les va a venir bien.

Hasta llegar a reconocer que sufría un problema, siete años después, el camino fue doloroso: "Empecé a aislarme, a enfadarme con todos y por todo. Sentía que estaba tirando por la borda mis valores, mi educación y toda una vida. Mi gente me retiró su confianza con razón. Era un absoluto irresponsable. Me estaba haciendo daño y se lo hacía a mis seres queridos. 

Con la ayuda de la familia, Jordi accedió a pedir ayuda profesional. "La terapia me ayudó a identificar muchas conductas y pensamientos de los que no era consciente y que me habían conducido a ese abismo". Aunque Jordi se considera curado, procura no ir solo de compras y se limita a usar una sola tarjeta de crédito vinculada a una cuenta que comparte con su pareja, Cristina, con la que inició una relación hace año y medio. Logró curarse y se considera un afortunado, pero le aterra pensar que una circunstancia o un acontecimiento negativo en su vida pueda empujarle de nuevo a este trastorno.