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Creando estilos de vida sanos

La ortorexia no me deja comer

Inicié bajando muchos kilos por anorexia, y después subí algunos más por trastorno por atracón. Llegó la pandemia y me invadió un miedo enorme al pensar en la posibilidad de subir todavía más, así que me dije que necesitaba cambiar. El trastorno por atracón debía irse, y yo podía volver a ser delgada otra vez.

Empezaba a escuchar comentarios como “deberías subir un poco más para que tengas músculo”, “adelgazaste demasiado y te quedaste sin nalgas”… Yo ya no me quería sentir cansada todo el tiempo, así que me dije que debería iniciar un “estilo de vida más saludable”.

Volví a hacer ejercicio, pero no sabía si debía comer más o menos. A veces creía que no comía lo suficiente, que aunque estuviera llena me hacían falta proteínas, carbohidratos… y por el miedo a morir como cuando tenía anorexia, por recordar que mi familia me decía que cuando me sentía mal era porque “me hacía falta comida”, iba y comía más. Otras veces creía que comía «de más» y hacía más ejercicio y estaba más activa a lo largo del día para no «pasarme» de las calorías y engordar.

Empecé a pesar todo, a contar los gr. de proteína que tenían las cosas, a contar porciones, algún que otro micronutriente… y ya no quise meter más porque sentía que mi cabeza iba a explotar a cada momento.

Pensamientos que no me dejaban en paz en todo el día: “ya comiste mucha proteína», «ya tomaste mucha agua», «te vas a madrear los riñones», «me dio un calambre ¿es que será por falta de potasio? Cómete un plátano», «no, ya no, ya comiste fruta», «me siento cansada, ¿será que me falta glucosa?», «me siento mareada, ¿es que no comí suficiente grasa, o es que me pasé de carbohidratos, o tal vez fue al revés y me pasé de grasa?”.

Había días en los que me apetecía un pan, pero la vocecita en mí cabeza decía que no, que lo que necesitaba eran proteínas. Terminaba con un plato con diferentes cosas que a veces ni me apetecía comer, pero eso era lo que yo “necesitaba” según la estúpida dieta para subir músculo.

Me daba miedo salir a la calle porque creía que si me daba hambre y quería comer comería algo “no saludable”. Me sentía más incomprendida que nunca porque mi peso ya era “normal”, pero yo ya había entrado en otro trastorno: ortorexia.

Mi familia diciendo “es la única que se cuida, que come bien” me alentaba a no permitirme comer “mal”. Sentía que no podía defraudarlos, que no podía darme el permiso de tocar algo con grasa, con azúcar… ¡Carajo, soy humana! Y es que ¿cómo explicas que quieres comer el pastel de la abuela y no el “bajo en calorías” pero que tu cabeza no te deja?

A veces tenía atracones, pero sólo de lechuga, zanahoria o pepinos, y llegaba a tener diarrea por exceso de fibra. Pero, ¿quién va a pensar que esto está mal cuando está tan valorada la “vida sana”?

Siempre hago mi comida para contar todas la calorías que como. Un día mi abuela hizo ejotes y me sabían raros. Creí que sólo era algo que yo me estaba imaginando, cuando me enteré de que tenían mantequilla. Lloré por que sentí una frustración enorme. Me dijeron: “qué payasa”.

Si supieran que estoy harta de vivir así, de pensar todo el tiempo en qué voy a comer o qué es lo “mejor”, de no disfrutar nada, de comer con culpa. Si supieran que no es simplemente “comerlo y ya”. Quise iniciar la “alimentación intuitiva” porque ya no quiero esta vida, y me di cuenta de que ya ni siquiera siento cuándo tengo hambre y cuándo no.

Hay veces en las que he querido volver a bajar de peso para que los demás entendieran que esto es una “enfermedad mental”, que no yo no tuve la capacidad de decidir haberla tenido o no. Si no estás en los huesos todo el mundo piensa que estás bien, que no tienes nada, que no es tan grave.

Desearía no haber conocido nada sobre dietas. Desearía no haber nacido en un mundo que te trata de acuerdo al peso que tengas. En un mundo en el que se cree que yo elegí tener TCA.