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Creando estilos de vida sanos

Psicosalud

Es esa clase de miedo. Sólo que no estás en la carretera y después de evitar al otro coche no puedes decir palabrotas, seguir conduciendo y ponerte a cantar a grito desafinado el Drive By que suena en la radio. No te puedes relajar después de fallar la pregunta. No hay examen para hacer. No hay señal de cinturón de seguridad encendida ni azafato sonriente.

Es esa clase de miedo. Sólo que no termina. Sigue. Crece. Ni siquiera sabes a qué tienes miedo. Pero tienes miedo. Mucho. Y empiezas a temblar como si tuvieras 40 de fiebre. Una tiritona violenta sin sentir el más mínimo frío. A veces sentirás calor de una forma desagradable, como si estuviera en forma de líquido envolviendo todo tu tórax, desde los hombros hasta la mitad de la espalda y por delante siguiendo el borde inferior del esternón.

Te levantas temblando. Te fallan las rodillas. Te das cuenta de que el corazón te va a mil por hora y que puedes sentirlo latir en cada una de las arterias de tu cuerpo. Tratas de respirar profundamente y tus pulmones deciden que ellos van a seguir el ritmo que les dé la gana y generalmente ese va a ir a juego con el del tirite.

Y es ahí cuando aparte del miedo empiezas a sentirte horriblemente estúpida. ¿De qué tienes miedo? Estás tranquilamente en tu cama durmiendo, o sentada delante del ordenador chateando en el Facebook; estás viendo una película de dibujos animados; leyendo un libro que va de unicornios rosas, mariposas y nubes de algodón de azúcar; estás hablando por teléfono, bajando la escalera, estudiando… ¡¿De qué coño tienes miedo?!

Y es ese momento cuando los pensamientos de tu cabeza empiezan a jugar al ping-pong a tal velocidad que parece que las pelotas están empapadas en anfetas.

— ¡Estás en tu puñetera casa, joder! ¿Qué podría darte miedo aquí: que se te caiga el techo encima?

—No, la verdad es que no. Es un techo muy sólido.

— ¿Que te suspendan tooooooooodos los exámenes de enero?

—A ver, eso no me hace mucha ilusión, pero puedo presentarme de nuevo en Julio y en el peor de los casos repito alguna asignatura el año que viene y ya está. Voy limpia. Puedo permitírmelo.

— ¿Es que has empezado a pensar que tus amigos son más falsos que una moneda de 3 euros?

—No, no es verdad. Tengo amigos de verdad, que se preocupan realmente por mí. Es más, desde que me han empezado a notar rara me mandan un montón de mensajitos y me ponen canciones a tutiplén en el Muro del Facebook.

— ¿Te da miedo no ser capaz de encontrar a alguien que te soporte y morir sola?

—No seas absurda, voz estúpida de mi cabeza…

—Jjijijiji, ha dicho moriiiiiiir.

—Sí, ya sé que ha dicho morir.

—Te vas a morir.

—Nadie se muere de un ataque de ansiedad, idiota.

—Yo no he dicho que te vayas a morir ahora. Sólo que te vas a morir. En algún momento de los próximos 60 años, más o menos, cerrarás los ojos y te morirás. Ya está, pluff. ¿A lo mejor es como quedarse dormido sabes? Cierras los ojos pensando en que a la mañana siguiente quieres levantarte temprano para ir a correr y ese es el último pensamiento que tienes por toda la eternidad. A lo mejor te reencarnas o hay vida después de la muerte. ¿Te imaginas la vida después de la muerte, la eternidad? ¿Leer todos los libros jamás escritos, ver todas las películas (incluso las malas), memorizar todas las canciones, hablar con todas las personas que jamás han existido, contar los granos de arena del desierto… y seguir existiendo? Te vas a morir.

—Pero todos nos morimos tarde o temprano. Está claro que no es un tema que me haga mucha gracia pensar pero no hay nada que yo pueda hacer para evitar morirme o para conocer la respuesta de lo que hay después de la muerte. Tampoco sé qué es lo que me gustaría que hubiese, así que…

—No, pero en serio. ¿Tú qué opinas? ¿Crees que después de la muerte vas a “vivir” para siempre? Porque eso es una putada. ¿Cómo se tomará Dios que no pises una Iglesia desde los 18? ¡Pero qué digo! ¡Si te conozco como si fueras yo! ¡Llevas intentando recuperar la fe desde el mismo momento en el que la perdiste! Aunque te mueras de ganas, no crees que haya Dios ni ningún otro ser superior ni pamplinas. Tú maldito cerebro incapaz de creer en las cosas que la ciencia no pueda probar te dice que te mueres y punto. Si tienes suerte pasarás a ser parte del abono de un bonito manzano, pero todos tus pensamientos, tus sentimientos, tus ideas, todos los libros que no habrás escrito, los hijos que no habrás tenido y los árboles que no habrás plantado se quedarán en NADA. Todo lo que quieras hacer lo tienes que hacer en los próximos sesenta años, y piensa lo rápido que han pasado los anteriores 23. Antes de que te des cuenta estarás muerta. Pasarás del ser al no ser. Por si no te ha quedado claro: nada, negro, finito. Será como esas ocho horas que pasan en un parpadeo cuando estás dormido pero E-T-E-R-N-A-M-E-N-T-E. ¿Te das cuenta de cuánto dura un eternamente?

Es entonces cuando empiezas a darte cuenta de que el corazón, que te iba deprisa, ha duplicado su velocidad. Trastabillas hacia el baño, apoyas las manos en el borde del mármol y aprietas los puños con fuerza. No sientes como tuyas esas manos que se crispan. Las miras. Son las tuyas sí. El lunar rojo y la cicatriz de cuando te caíste en las canchas del colegio. Las tuyas.

Piensas en mover un dedo y se mueve. Pero es casi como si se lo ordenaras a un personaje de un videojuego con unos gráficos muy buenos. No lo sientes como tuyo.

El rostro pálido que ves en el espejo como a través de una bruma tiene el labio tembloroso y los ojos húmedos. Los ojos. Los ojos parecen muy vivos. Y es entonces, como si de un mazazo se tratara, cuando asumes que estás viva y en consecuencia todo el peso de tu mortalidad… a un nivel de conciencia superior.

—Te vas a morir.

— ¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHH!!

—Te vas a morir. Vas a dejar de existir, a ser nada. Y da igual que descubras la cura contra el cáncer o escribas el gran clásico del siglo XXI. Te vas a morir igual. Tus logros aquí sólo importarán a los que dejas. Pero tú-te-mue-res. TE-MUE-RES.

— ¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHH!!

—Te mueres. Te mueres, te muereessssssss.

— ¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHH!!

— ¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHH!!

—¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHH!!

Ahora el pánico no es como el de un examen, el pánico se ha convertido en el malo de la peli de SAW queriendo jugar contigo; se ha convertido en lo que debe de sentir un paciente de oncología cuando le dan su cuenta atrás; en que se te acabe el aire en una inmersión treinta metros bajo el agua.