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Creando estilos de vida sanos

Testimonio de una paciente con trastorno bipolar

Yo no soy mis nubarrones, ni mis tormentas.

Despierto en la mañana. Salto de la cama ante el prospecto de todo lo que voy a hacer hoy. Trabajo, desayuno bien, y soy la más productiva del mundo. También soy una persona agradable y simpática. Cuando quiero puedo ser totalmente encantadora. Hablo con la gente, soy rápida para pensar, eficiente en mi trabajo, me gusta hacer ejercicio y soy una usuaria constante de plataformas de streaming. La vida es buena, generalmente. Soy como cualquier persona, con un pequeño detalle. Fui diagnosticada con bipolar tipo II a la edad de 32.

Recibí ese diagnóstico después de aproximadamente un año de tratamiento para trastorno de ansiedad y depresión. Me había estado sintiendo muy mal, fuera de mí, irritable, triste, casi paralizada. Una amiga me ayudó a encontrar una psiquiatra. La psiquiatra me refirió al Instituto para psicoterapia de manera paralela. Recibir el diagnóstico no fue fácil. En general las personas asociamos este tipo de información con gente “loca”, “dañada”. No hablamos de eso con nadie por temor a que se nos perciba de esa manera, cuando en realidad lo que cambió en mi vida fue la necesidad de un tratamiento constante, incluyendo fármacos.

Me di cuenta que, aún antes del diagnóstico, mi vida había sido un constante pasar de altas y bajas. Cuando estoy equilibrada mi vida es bastante normal, como cualquiera. El asunto es que creo que ese estado de eutimia lo he experimentado pocas veces en mi vida, y sigo trabajando en llegar ahí.  A veces encuentro que me emociono mucho con algunas cosas y entonces entro en modo “acelerador”: Pasan muchas ideas por mi mente, me siento con una energía desbordada, ganas de terminar todos los proyectos que por alguna razón he dejado empezados. Quiero comerme al mundo de un mordisco, soy extra-encantadora y sociable, hablo rapidísimo y no quiero dormir porque “es una pérdida de tiempo”

El modo acelerador puede sonar muy atractivo, ¿no? No lo es. He aprendido que ese estado, como le llaman los profesionales de “hipomanía”, no es algo a lo cual aspirar. ¿Y por qué no si suena tan bien? Porque todo lo que sube tiene que bajar. Si el ascenso es meteórico, la caída no se queda atrás.

¿Qué pasa en la caída? Sigo teniendo mil pensamientos en mi mente, pero esos pensamientos no pasan rápidamente y se van, sino que recurren, duran horas, se oyen más fuerte, más bajo… Lo he descrito siempre como tener mil televisiones encendidas a la vez, en diferente canal y diferentes volúmenes… y todas esas televisiones me dicen las peores cosas de mí, todo lo que he hecho mal, cómo no vale la pena vivir. Y entonces, oficialmente, estoy deprimida. Me quedo congelada, trabada. Como si tanto ruido dentro me hubiera dejado sorda. No puedo concentrarme en mi trabajo o en la convivencia con las otras personas. No puedo dormir por más que lo desee gracias a todo el ruido. Mi cuerpo pesa y duele. Además de no poder escuchar siento que no puedo ver. Que estoy siguiendo una lucecita en la oscuridad. A veces me siento cerca de ella y con mucha claridad de hacia dónde ir para encontrarme con ella, mientras que otros días siento que se aleja, que se mueve de lugar y me esquiva. Y entonces ahí estoy yo, moviéndome en la oscuridad dando bandazos, con el oído disminuido y sin saber qué hacer, sin saber por dónde empezar para escuchar otra vez, para tomar dirección y poder seguir la luz aunque ella trate de eludirme. Entonces pasa que ya tampoco puedo hablar porque no sé lo que estoy haciendo y porque tengo miedo. Miedo de quedarme en este limbo en el que mis sentidos me abandonan, pero por fuera sigo caminando.

Sigo caminando porque es necesario y no sé hacer otra cosa. Es lo que hay que hacer. Seguir aunque no sepa cómo. También tengo miedo de hacer cosas mal mientras estoy metida en esta niebla. Cosas mal para los demás, porque tengo unas obligaciones que a veces pareciera me piden más de lo que tengo. A veces deseo estar sola, que nada ni nadie me pida nada o me hable para ver si así logro respirar mejor o recupero el oído y vuelvo a escuchar lo que me estoy pidiendo, lo que necesito de mí. Y cuando he encontrado ese espacio, el silencio solo me ensordece más, así que me quedo allí sin saber que hacer por dentro, porque por fuera no puedo detenerme. Estoy cansada y quiero dormir tres días enteros deseando despertar restablecida. Y a veces deseando no despertar.

El tratamiento ayuda, y la terapia me entrena. Cada día trato de ser más fuerte y de buscar cosas diferentes qué hacer para sentirme mejor. El ejercicio ayuda. Preservar tus amistades ayuda. Mindfulness y algo de aire fresco, también ayudan. Y así, sigo buscando lo que funcione.

He aprendido que no importa qué tan nublado esté, el cielo sigue ahí detrás. Mi cuerpo está compuesto de nubes, a veces ligeras, a veces de tormenta. Y sin embargo, entre todas ellas, sigo estando aquí. Sigo intentando disiparlas y mirarme con mayor claridad. Yo no soy mis nubarrones, ni mis tormentas. Ellas pasan, yo sigo aquí.

No se trata de estar bien o mal, sino de seguir a pesar de.
La mayoría de las veces aceptar y continuar es la mejor opción.

 

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