Mi historia con la Comida.
Mi abuelo sintiéndose muy mayor y con su salud física amenazada, fue quien encontró un guru de la nutrición al que llamaban «el moro». Mi abuelo caminaba se iba al centro de mayores caminando, y luego hacia dieta. Pero además tomaba pastillas que creo eran como diuréticos, por que les hacían mear. Se las tomaban justo después de comer.
Nos llevo a todos. Aquel guru de la nutrición decía que teníamos un problema de tiroides y nos vendía las pastillas que nos hacían mear. Recuerdo un viaje del pueblo a la playa, que había comido una manzana, y con las pastillas, y tuvieron que parar lo menos tres veces por que no podía parar de mear.
Durante mi época escolar primaria desayunaba en casa. Pero luego mi madre después de desayunar, camino del colegio, siempre nos compraba un bollo, o donuts o cuernos, en la misma tienda. Creo que era por la prisa con la que salíamos de casa que no nos daba tiempo de desayunar bien.
De otros niños recibí palizas y abusos. Sufrí marginación de otros niños a causa de ser diferente, por ser gordo. Desde pequeños yo y mi hermano tuvimos un mote referente a nuestro sobrepeso. Éramos señalados con el dedo y acosados, por ser diferentes.
Tuve muchos motes. A mi, ser excluido, ser tratado diferente me dolía mucho Ahora me doy cuenta de que era muy sensible, todo me dolía. Era tímido, asustadizo, y rellenito. Huía de otros niños. Solo salía a la calle para ir y volver al del colegio / instituto a casa. Aun así me las apañe para tener algunos amigos, pero me llegaron a decir que yo era culpable de mi situación, por ser tan sensible y por ser gordo, aunque no con estas palabras.
Los veranos solo salía a partir de las ocho de la tarde con mi bicicleta. Yo era muy malo en todos los deportes por mi físico y siempre se reían de mí. Incluso mi profesor de karate se reía de mí y deje de ir. Durante una época me refugie en la soledad de la bicicleta. Atacaba mi gordura así, me movía por la ciudad, y era por que podía ir rápido con ella y no me cogerían, era un elemento de huida. De huir de otros niños, mis enemigos, de luchar contra mi cuerpo. Aun hoy que estoy de nuevo en la ciudad en la que crecí no he vuelto al viejo barrio ni buscado a aquella gente de mi pasado. Todo lo que recuerdo de aquella época era comida y dolor. Se que en el fondo le tengo como mínimo respeto (si no algo de miedo) a dejarme ver por allí.
Durante toda mi adolescencia seguía comiendo y engordando inconsciente, y machacándome con la bicicleta. Recuerdo esperar con ansia el recreo para comprarme bocadillos de tortilla en el instituto. Mi madre sabia que yo era de comer mucho y por eso escondía la comida. Lo hacia para que mi hermano y yo no la encontráramos. Sobre todo los dulces pequeños. Ella los llamaba “nidos”. Era experto en rebuscar por toda la casa buscando la comida escondida, y luego mi madre decía “ya habéis dao con el nio”, “a esta casa no se puede traer nada, to os lo coméis”, y cosas así. Aun hoy día mi hermano y mi madre siguen con ese tira y afloja, y sigue escondiéndose la comida.
La compulsión siempre estuvo ahí. Recuerdo que una vez vino una visita y pusieron una tapa de chorizo de mi pueblo. Se fue la visita y yo me la quise terminar, ya que había sobrado medio plato. Me encabezone. Aquella clase de embutido grasiento me gustaba mucho. Mi madre me lo negó. No, no y no. Era todo su freno ante mi compulsión, como a muchas otras cosas. Ella no quiso, y yo revente un cenicero contra el suelo de rabia. El cenicero se rompió y me corto la mano. Cinco puntos y veinte minutos de hemorragia. Todo por medio plato de chorizo. Y aquel año por que no podía escribir por tener el canto de la mano lleno de puntos, no me pude presentar a los exámenes de mis estudios. Todo por medio plato de chorizo, un curso al traste. Ahora veo que era muy compulsivo.
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