Entre el placer y el dolor
“En ese momento regrese. Estuve a punto de la sobredosis.
La enfermera me pregunto si me sentía mejor y me dijo que ya podía salir de ahí, pues tenían comprometido el espacio para otro paciente.
Tenía 19 años. Mi amigo me recogió en su coche y fuimos junto con su novia a dar el rol por las calles de Tecamachalco. Mi amigo saco un cigarro de extraña apariencia y lo prendió, le dio una profunda inhalada y se lo pasó a su novia. Después de darle 2 jalones, la chava me lo paso.
Una semana después, fui a conectar por primera vez. Claro yo podía manejar esta situación, solo iba a ser por diversión y ocasionalmente. Ese año, llegué a ser el mejor amigo del conecte, me jactaba de haber traspasado esta puerta de percepción extraordinaria, donde mis sentidos se agudizaban y conocí a través de esto a un nuevo núcleo de personas que como yo... quemaban.
De ahí las experiencias psicodélicas: el peyote y los hongos. ¿Qué no había dicho yo que fumar Marihuana era temporal y ocasionalmente? Tenía 20 años y el avance de mi carrera adictiva crecía momento a momento.
Otros conocidos, otras experiencias; solo llegaba a mi casa a dormir, a comer y por dinero. Era aceptado y tenía pertenencia con un grupo de personas. Ya no pedía permiso ni avisaba a dónde iba o cuándo regresaría.
Más tarde en mi vida me daría cuenta de que esto era un gran espejismo. Mientras tanto, SEXO, DROGAS Y ROCK & ROLL... En abundancia.
En La Universidad ya había cambiado de carrera, de Economía a Ciencias de la Comunicación, pues aquí se encontraba el manantial de mi adicción: Cine, arte, T.V. y gente como yo, es decir, chavos buscando las posibilidades para crecer, y desde luego para seguir la fiesta. Y de festejo en festejo, las primeras consecuencias: “me falla la memoria -¡pero no importa!-. Se me perdió esto, no fui por aquello, yo puedo solo, no quiero que me digan lo que puedo o no puedo, por un tubo los fresas que no estén de acuerdo con mi estilo de vida. Me voy a vivir solo.”
A mi nueva casa, venían amigos de todas partes y creencias con quién podía quemar, chupar, ir de antro, experimentar sin control y conectar, comprar y vender a placer. El ramillete de chavas que te siguen la onda totalmente, en tu casa, en tu espacio y bajo tus reglas personales. Éxtasis momentáneo y agonía creciente. “Sabía que tendría que regresar a mi casa solo. Que nadie vendría por mí. Que en casa no estaría la alegría, ni el sustento, ni esposa, ni hijos, ni noticias de un trabajo, ni tampoco rescataría mi vergüenza, ni el daño ocasionado a tantos y tantos personajes en la película de mi adicción.
El dolor había vencido al placer....”
Esta agonía creciente iba a permanecer muchos años: Pues entonces yo tenía 21 y tendría otros 16 años más para entender finalmente los laberintos emocionales que ocasionan las drogas. He aquí 3 pasajes de la adicción que demuestran el infierno que viví y que se puede llegar a vivir estando ahí dentro:
Un amigo, cirujano de profesión, me comentó que un día tras haber terminado una operación se percató que había sobrado un poco de “demerol” en la jeringa. Y que según el por curiosidad profesional, decidió inyectarse dicha sustancia. Un año después dicho doctor ingresaba a las operaciones como testigo, robando de la mesa de operación la sustancia para inyectársela posteriormente. Llego al punto de robarle a sus colaboradores para mantener su vicio. Perdió la licencia para ejercer como Médico Cirujano, a su esposa, sus posesiones, su autoestima y su dignidad.
El médico que me recibió en la clínica (ex adicto), fue después mi mentor y padrino en recuperación y servicio. Y fue él quien vio mis primeros logros en rehabilitación. Un día cuando realizaba mi labor de limpia en los corredores del hospital, alguien mencionó mi nombre. Para mi sorpresa, tendido en una camilla de urgencias, estaba el doctor que mencioné, ingresaba de nueva cuenta, pero esta vez, como paciente... había recaído. Tras mi asombro, le pregunte que había pasado. Me contó:
Hace algunos meses ingreso en el hospital un paciente nuevo. Fui yo, en compañía de otros colegas, quienes definimos el tratamiento a seguir para su recuperación. Hace una semana se hizo una evaluación de su progreso para darlo de alta. Votamos entre los médicos que lo atendimos y por mayoría se decidió que estaba listo para regresar a la sociedad. El paciente llegó a su casa y lo primero que hizo fue servirse una copa. Segundos más tarde se dio un balazo en la cabeza para terminar así con su sufrimiento. Al escuchar esta noticia, fui yo quién no pudo aguantar la carga de la responsabilidad que me correspondió al darle de alta y en consecuencia recaí. He tomado durante tres días seguidos, hasta perder el conocimiento. He recobrado la conciencia, por eso regresé, y ahora me toca a mí estar de este lado... otra vez.
Una mañana como cualquier otra, estuve de visita con “el bueno”. Estas visitas eran frecuentes y entre un toque y el siguiente, después alguna pócima mágica, transcurría el día antes de volver al vacío existencial de una vida en desperdicio. Tocaron a la puerta, la abrimos y como en estampida, entraron 4 agentes de la Policía Judicial a la casa, realizando una limpia general y esposándonos a mí y “al bueno” después de una nutrida madriza. ¿Eres el piloto? Me preguntaron... No sabía qué contestar. Prosiguieron... ¿Qué relación tienes con Rulio?... nuevamente me quede atónito. Fui vendado y conducido por la ciudad, durante algunas horas. Finalmente me removieron la venda de los ojos, estaba esposado contra la barra de una celda y antes de cualquier cosa sentí el primer madrazo a la cara… otro… y otro… y así, seguidos de muchos más.
¿Dónde esta “el cabo”? Le decía un judicial a una muchacha, mientras la introducían en el retrete del w.c. solamente para repetir la pregunta y continuar con lo mismo. Fui conducido con el comandante del grupo, quien insistía que era yo un piloto de avión extranjero que pertenecía a este grupo de colombianos (la nacionalidad la supe en ése mismo momento). Interrogatorio y otra vez a la “cámara caliente” (los golpes). Una vez que me llevaron a mi celda nuevamente, me permitieron quitarme la ropa y lavarla, pues literalmente me había cagado del miedo. Un momento de recapitulación y recorrer todo el camino desde mi primer toque, la primera vez que toque un churro de Marihuana, hasta el momento en que perdí mi libertad. Envidiaba a las moscas que sobrevolaban la celda, pues ellas podían moverse libremente.
Hablé con Dios, con mi padre ya fallecido, con mi conciencia, con los fantasmas del infierno, Había llegado a TOCAR EL FONDO.
“Estaba en el hospital sin saber que hacer. Lo que debía pasar ya había pasado. Los recuerdos de los amigos en adicción, eran solo eso... recuerdos. Y ahora era tiempo de decidir: muerte, hospital psiquiátrico, o la cárcel. Yo sabía o quería creer que ése no era el destino que me tocaba seguir. Toqué la puerta de un grupo de NA (Narcóticos Anónimos) En donde empecé un camino hacia la recuperación de lo perdido y cerré la puerta al Dolor.”
Testimonio de un adicto.