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Creando estilos de vida sanos

Mi larga noche con la heroĆ­na

En el mejor momento de una de sus fiestas, me pasaron un porro con un poco de “H” de condimento. Terminé tumbado en un sofá y dormí plácidamente durante diez horas. Repetí la experiencia con ellos un par de veces en el transcurso de dos semanas. En los días siguientes al consumo, me sentía más deprimido que de costumbre.

Volvía a la casa de mis nuevos “amigos” como un autómata, con la excusa de oírlos tocar, y un día, como era de esperarse, terminaron diciéndome que ya era hora de que comprara mi heroína, que ellos me presentarían a su dealer. Un mes después lo llamaba a diario. Me engañaba a mí mismo diciéndome que lo hacía para experimentar y escribir sobre el tema.

Meses después, la búsqueda del placer inmediato hacía que descuidara todo lo demás: los proyectos más simples, mi rutina de estudios, algún trabajo de momento, la cordialidad familiar, los amigos, las mujeres. Hacía todo lo que estuviera a mi alcance para comprar heroína y encerrarme con ella en casa.

La cantidad para un día costaba $10.000 y el gramo, $30.000. No era fácil conseguir dinero en esa época, sólo contaba con lo que me daban mis padres, a quienes manipulaba y engañaba; por eso nunca tuve necesidad de robar, aunque más de una vez contemplé la posibilidad de hacerlo.

Cuando duraba varias horas sin consumir, sentía que me enfermaba de nuevo, estornudaba, bostezaba continuamente y me daban escalofríos.

Viajé a la Costa con mis padres en las vacaciones de ese año, y al segundo día de estar allá mi abuela encontró la poca heroína que pude llevar y la escondió. No podía protestar. Todos fingimos que no había pasado nada. A pesar de haber visto TrainspottingRéquiem por un sueño y otras películas sobre heroinómanos, no era consciente todavía de la magnitud del síndrome de abstinencia. Un viejo consumidor me había dicho que alguna vez en una clínica le habían dado clonidina, un medicamento para la hipertensión, y que éste había menguado los síntomas de abstinencia o “mono”. Compré una caja de clonidina y unos analgésicos comunes, pero no funcionaron. La primera noche, a los síntomas ya descritos se sumaron unos fuertes espasmos
musculares que me impedían estar quieto en la cama. Tomé más clonidina y empeoró la situación. Sentía una debilidad extrema y no pude dormir durante casi una semana.

En esas vacaciones logré recuperarme, y como el protagonista de Yonqui, de William Burroughs, empecé a salir mucho y a tomar bastante alcohol. Como la heroína es una droga para estar encerrado en casa y en sí mismo, cuando se deja dan ganas exageradas de socializar, de tirar, de bailar. No dormía bien, pero no me sentía cansado. Me prometí que jamás volvería a consumir.

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