Nada me ha anulado como el "mono"
El anónimo testimonio relata el placer de recibir una dosis, la metódica preparación de la parafernalia necesaria para que la droga penetre en la vena, que "se yergue orgullosa y tentadora", y la desesperación ante el síndrome de abstinencia: "Nada me ha anulado como el 'mono', nada me ha dejado tan asustado, tan falto de coraje y resistencia", describe el doctor.
Como él, muchos otros médicos, dentistas y profesionales sanitarios han caído en la adicción a la morfina u otras sustancias. Según las estadísticas, un 12% de los galenos abusa del alcohol o del cannabis y el 7% de sedantes, estimulantes y opiáceos. Los más inclinados a estas prácticas son los residentes, pero el acceso al fármaco y al instrumental necesario, facilita su práctica en el entorno hospitalario.
"La jeringuilla está en la mesilla; la nueva y reluciente aguja naranja, expectante. Uno de los pequeños beneficios de ser doctor y adicto es que las agujas limpias están a tu alcance, y el riesgo de VIH y hepatitis B o C es bajo", explica la carta. Coger bien la vena y saber esos pequeños trucos para que el pinchazo no deje señal y el vaso siga siendo permeable, también son ventajas de los facultativos, pero la adicción es la misma que la de todos.
"Todo está en silencio, las puertas están cerradas, las cortinas echadas, está todo a oscuras excepto por la lámpara de la mesilla. Estoy solo en casa; no hay glamour ni drama ni 'heroin-chic' [look de heroinómano]. Es sólo un egoísta, sobornable, engañoso, sórdido y solitario vicio.
[...] La aguja se desliza sin dolor; es como un beso, sólo un instante de resistencia hasta que penetra la pared de la vena. Tiro del émbolo para confirmar que estoy en la vena y, ah, el alivio de ver la oscura espuma de sangre en la jeringuilla, una bandera roja indicando que todo está listo. Ahora nada se interpone entra la droga y yo".
Por fin llega el esperado momento, "cuando el placer de la anticipación está casi agotado" y después, el 'subidón', "una maravillosa, cálida oleada acariciando todo mi cuerpo. Y tan rápido como llega, se va; eso es todo, hecho, terminado. ¿Ha merecido la pena?".
Muchos de los médicos con problemas de adicción logran rehabilitarse. Pero en esa batalla, su profesión no les proporciona ventaja alguna. "Ya he pasado por el síndrome de abstinencia antes y fue terrible. [...] No puedo calmarme, sé lo que se avecina, se inclina sobre mí como una losa [...] Sé que no hay ningún riesgo médico importante, y, uno a uno, los síntomas físicos no son tan malos [...] Pero la ansiedad, la ansiedad, es insoportable".
El 'mono', la reacción del organismo ante la falta de la sustancia a la que es adicto, es inevitable. "No hay salida, no hay escape", señala la carta. "Salvo tomar otra dosis, que aliviaría todos los síntomas al instante –sería como un milagro-", añade. Pero eso sólo "pospondría la odisea. He tenido el placer y ahora tengo que pagar el precio [...] Es una transacción que no tiene sentido, es una locura. Pero, me prometo a mí mismo, ésta es la última vez. No volveré a hacerme pasar por esta odisea otra vez; esta vez, permaneceré limpio".
En aquella ocasión no lo logró, y siguió inyectándose hasta que buscó ayuda. "Y la ayuda y la esperanza están ahí fuera", manifiesta años después. En su caso, la experiencia de la rehabilitación fue un éxito, "aunque como todo adicto sólo puedo afrontar un día tras otro", y la enseñanza valiosa: "Me ha hecho un mejor médico, mejor conocedor de la debilidad humana porque mi propia debilidad es profunda".