EL VIAJE DE LA KETA
La música llega amortecida al interior del camión en que Albert tiene su casa portátil. Son las ocho de la mañana y, después de toda la noche, la fiesta no para en el llano de la cantera en el que hoy hay rave. Con la sartén en los fogones de la pequeña cocina ubicada entre la cama y el sofá, Albert convierte parte del líquido de su botella de litro, que ha medido con la ayuda de una jeringuilla, en una masa cristalizada de color blanco. La operación es rápida, no dura más de tres minutos. Una vez se convierte en una masa dura, la deja en el suelo del camión para que se enfríe:
—Hay que rascar hasta que salga el polvo y entonces ya te puedes hacer unas rallas. —Albert tiene 28 años, es alto y flaco, con un estilo muy marcado: pantalones anchos y caídos, múltiples tatuajes en el cuerpo, un séptum con dos bolas plateadas y una anilla gruesa de plata que le atraviesa las fosas nasales y que se quita cuando empieza a trabajar.
Albert rasca sobre la sartén, que tiene un color blanuzco en la superficie. Cuando acaba de deshacer el bloque, dibuja un par de rallas de unos diez centímetros, suficientes para comenzar. Después, se acerca al origen de la música, con la sartén en la mano y unos movimientos extraños y repetitivos: no controla con la mente lo que mueve. Mientras camina, se acerca la sartén a la nariz para esnifar otra ralla. A su alrededor hay algunas personas con sartenes en la mano o colgadas de la cintura con un mosquetón. Hace unos años se veían más, asegura Albert, pero cada vez más se acostumbra a consumir dentro de los camiones que rodean el descampado en que se celebra la fiesta.
Se ven personas tiradas por el suelo, otros se mueven a un ritmo desacompasado. El “mareíto” le da a Albert una sensación de euforia y de distorsión, la mayor parte del tiempo consciente. Como cuando te operan, te ponen anestesia y te empiezan a hablar. Te dicen alguna cosa pero tú la confundes y la mezclas con otras muchas. Entras en una realidad totalmente ajena a tu cuerpo. Albert tiene la sensación de que camina de manera normal, pero en realidad va mucho más lento. Necesita apoyarse en alguna cosa, ya que su cuerpo se tambalea, y la distorsión a nivel auditivo y sensorial le hace aproximarse a los altavoces que resuenan por todo el espacio de la cantera. Los toca, le sirven de apoyo. Su cabeza gira en un viaje sensorial que, cuando se le pasen los efectos de la ketamina, recordará vagamente.
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