https://www.high-endrolex.com/17 Umbral
Creando estilos de vida sanos

La pesadilla de vivir enganchado a hipnóticos

Hace unos años, acudí al psiquiatra con síntomas de depresión. 

Pensé que la psicoterapia podría ayudarme a resolver mis problemas, pero el psiquiatra me dijo que las pastillas eran mucho más eficaces y su efecto, casi inmediato. Me hizo varias preguntas, decidió el tratamiento: antidepresivos, ansiolíticos e hipnóticos. Habló por encima de los efectos secundarios y no me atreví a cuestionar su opinión.

Compré los fármacos, seguí las pautas del psiquiatra.

El primer día no me levanté hasta las doce. Salí de la cama aturdido, con náuseas y con una voz de ultratumba. Parecía que me había emborrachado más allá de cualquier límite razonable. No pude acudir al trabajo. Hablé con el psiquiatra y me bajó la dosis del hipnótico, pero insistió en que continuara con el resto de la medicación.

El antidepresivo era amitriptilina; el ansiolítico, clorazepato dipotásico, y el hipnótico, lormetazepam. Los problemas con el lormetazepam, que pertenece a la familia de las benzodiacepinas, empezaron enseguida: mis sueños se hicieron particularmente angustiosos, soñaba cosas absurdas o traumáticas. No tardé en experimentar ansiedad y miedo ante la perspectiva de dormirme, pues sabía que mis sueños incluirían situaciones terribles.

Pedí cita con el psiquiatra y le supliqué un cambio de medicació. El psiquiatra decidió sustituir el lormetazepam por zolpidem, que también es una benzodiacepina.

Me dijo que era un medicamento menos agresivo. Eso sí, no me comentó que podía provocarme episodios de sonambulismo. Una noche me desperté en el salón con el televisor encendido. Estaba tumbado en el sofá, con el pijama y una manta. Estupefacto, apagué el televisor y volví al dormitorio. 

Intenté olvidarme del incidente, pero varios días después se repitió el episodio. Esta vez me afeité, navegué por Internet, abrí mi correo electrónico y envié un par de mensajes. Además, salí a la calle en pijama para comprobar si había correspondencia. A pesar de todo, acudí al día siguiente al trabajo en autobús. Agotado, apoyé la cabeza en el cristal y miré a la carretera.

Al fijar la mirada en los coches que conducían en sentido contrario, descubrí que se duplicaban como en un truco de magia. Por primera vez en mi vida sufría visión doble. Mi cerebro no estaba preparado para la experiencia y experimenté una inquietante sensación de irrealidad. 

Derrotado por el zolpidem volví al lormetazepam. Poco a poco, me acostumbré a dormir con una dosis de un miligramo. La mente se adapta a los cambios introducidos por la química, pero no sin un coste. Después de una década regulando mi sueño con el lormetazepam, he notado una alarmante pérdida de memoria a corto plazo, crecientes dificultades para concentrarme y una tendencia a la dispersión que me hace saltar de una tarea a otra.

Cambié de psiquiatra hace poco y, desde el principio, me advirtió que las benzodiacepinas eran muy peligrosas, pues producían deterioro cognitivo a largo plazo, fatiga crónica, riesgo de demencia, problemas psicomotrices, disfunción sexual, alucinaciones acústicas y visuales, agorafobia, síndrome de intestino irritable, aumento de la ansiedad, parestesia (hormigueo o entumecimiento de brazos y piernas), ataques de pánico, visión borrosa, despersonalización, hipotensión, sonambulismo...

Mi nuevo psiquiatra me planteó eliminar el lormetazepam de forma progresiva y sustituir los antidepresivos por psicoterapia. De momento, empezaríamos con la supresión paulatina del hipnótico. Cada semana reduciría un cuarto de pastilla, hasta suprimir el miligramo diario que me había ayudado a conciliar el sueño los últimos diez años. Me dio cita para el mes siguient.

Esa noche, corté la pastilla en cuatro trozos y prescindí de uno. Dormí sin problemas, pero cuando una semana más tarde prescindí de otro trozo, reduciendo la dosis a la mitad, sufrí insomnio tardío la primera noche, esto es, me desperté a las cuatro horas y no pude volver a dormirme. La segunda noche se repitió la reacción, pero acompañada de convulsiones, espasmos y movimientos involuntarios en las piernas. La tercera noche resultó especialmente penosa.

Cuando se interrumpió el sueño, reaparecieron los síntomas, más dolor torácico, hipersensibilidad al ruido, sensación de shock eléctrico, sofocos, dolor de cabeza, sudores, taquicardia y náuseas. Pensé en acudir a Urgencias, pero al cabo de una hora solo persistían las náuseas, el dolor de cabeza y la taquicardia. No volví a dormirme. Extenuado, llamé al psiquiatra por la mañana, pero no pudo darme cita hasta dos días más tarde. Como su consulta se halla en un hospital, me sugirió que fuera a Urgencias y pidiera una hospitalización inmediata. La idea me angustió y preferí esperar. Esa noche, cometí una pequeña barbaridad. En vez de media pastilla, me tomé dos y cuatro comprimidos de Tranxilium 10 mg (clorazepato de potasio). Dormí doce horas seguidas, lo cual es comprensible, después de un cóctel explosivo y tres noches de profundo malestar.

Mi psiquiatra ha reemplazado los comprimidos de lormetazepam por gotas: así resulta más fácil abordar una reducción gradual sin provocar molestias incompatibles con una vida normal. Me ha dicho que necesitaré un año para poder prescindir del hipnótico y volver a dormir de forma natural. Cuando interrumpa definitivamente la medicación, aún tendrán que discurrir seis meses o más para que mi organismo se libere por completo de las benzodiacepinas. 

Actualmente, se considera que el síndrome de abstinencia de las benzodiacepinas es equiparable al del alcohol, pero casi nadie lo sabe. Relato mi experiencia porque no me gustaría que otras personas pasaran por el mismo calvario. 

Fuente: https://www.mentesana.es/testimonios/la-pesadilla-de-vivir-enganchado-a-hipnoticos_123