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Creando estilos de vida sanos

MI HISTORIA CON EL TELEVISOR

La televisión ha sido el miembro más importante de mi familia desde que tengo memoria. Mis padres llegaban a la casa y lo primero que hacían, era prender la tele.

Prácticamente no hablábamos. Recuerdo muchas ocasiones en que yo era un niño normal y quería comentar cómo me había ido o preguntar algo, y me mandaban a callar porque estaban atendiendo con interés a algo en el televisor.

Yo me sentía raro y marginado. Creía que era un ser inadecuado porque siempre estaba en el lugar equivocado, hablaba cuando no debía hacerlo, hasta aquel día glorioso en que recibí mi primer televisor.

¡Lo recuerdo muy bien! Tenía siete años y sentí una inmensa felicidad. Pensé que ya no me iba a quedar más solo cuando mis padres se convirtieran en zombies frente a la tele.

La tele se convirtió en mi primera gran compañía y en mi amiga fiel. Siempre estaba ahí. Comencé a sentir su efecto tranquilizante y adormecedor. Empecé a sumergirme en las historias que me mostraba la pantalla. A soñar con esos mundos maravillosos y glamorosos. Comencé a odiar mi vida real, a desear que fuera como la de la tele y por primera vez, comprendí a mis padres.

Desde ese momento, nunca más volví a sentirme solo ni abandonado. No volví a pedir la atención que nunca recibía de mis padres. Así fui creciendo. La televisión me educó; me enseñó modales; me mostró el mundo que alguna vez saldría a conocer; me enseñó acerca del amor, el sexo, el bien y el mal. Conceptos un poco distorsionados, es cierto, pero desde muy temprana edad hablaba con gran propiedad de esos temas.

En la adolescencia imitaba a mis modelos de la tele. Me vestía como ellos, actuaba como ellos, en inclusive utilizaba sus frases de cajón. Ahora me doy cuenta de que eso me hacía ver falso y poco espontáneo, pero en esa etapa de la vida la mayoría de los chicos son así y no desentonaba tanto. Además, me veía forzado a estar en el colegio y a interactuar con otros chicos. A pesar de mi timidez, no me sentía tan aislado.

En la universidad sucedió algo parecido, aunque ya prefería quedarme viendo tele a salir con mis compañeros. No tuve novia durante toda la carrera. Prefería soñar con las chicas hermosas y perfectas de la tele y masturbarme pensando en ellas. Decía que ninguna amiga o compañera llenaba mis expectativas, lo cual era verdad hasta cierto punto, pues mis paradigmas irreales eran imposibles de encontrar en el mundo real… pero la verdad de fondo era que yo me escapaba del dolor de mi timidez y mi incapacidad para relacionarme, sumergiéndome en el mundo irreal de la tele.

Estaba tan desconectado de la realidad, que recuerdo que una vez un compañero me preguntó qué iba a hacer el fin de semana, y le contesté que como mis padres se habían ido de paseo y la casa estaba sola, iba a hacer una orgía. Cuando él me miró con asombro y me pidió que lo invitara, le dije que claro, que con mucho gusto lo invitaba, que llegara a mi casa el sábado a las ocho… y que llevara a una mujer… y que, si podía, le encargaba otra para mí. ¡Creo que debió pensar que yo era el hombre más estúpido del mundo!

Como veía películas eróticas en la madrugada, pensaba que las mujeres cuando se bañaban jugaban con sus pechos y soñaba con lo excitante que debía ser ver a la vecina bañándose o lavando el carro. Luego tuve la oportunidad de ver a la vecina lavando el carro… y odié mi vida aún más. ¿Por qué no se parecía a lo que yo veía en la tele?

Cuando terminé la universidad comenzó mi deterioro real. Conseguí un trabajo, y siempre que llegaba del trabajo me encerraba a ver televisión. Pasaba en mi cuarto todas las noches y los fines de semana. Me dopaba con tele, y esa era la forma como me preparaba para enfrentar lo que tenía que hacer en el trabajo.

Luego perdí mi trabajo y todo empeoró. Enviaba hojas de vida todas las mañanas, y me quedaba viendo tele y esperando que me llamaran para las entrevistas.

Con la excusa de estar disponible para recibir cualquier llamada para una entrevista, perdí cinco años de mi vida.

Eso es lo peor que uno puede hacer. Buscar trabajo sin hacer nada más. Es un trabajo de ventas, en el que el producto que uno está vendiendo es uno mismo… y nadie lo compra. Es el fracaso total como vendedor y como ser humano.

Durante esos cinco años me sumí en una depresión fatal.

Enviaba hojas de vida, esperaba viendo televisión, odiaba mi vida, me odiaba a mí mismo y añoraba la vida glamorosa de los personajes que tenía como modelos.

Hasta que un día me dije a mí mismo que mi vida no podía continuar así. Decidí suicidarme, pero no tuve las fuerzas. Entonces decidí que iba a hacer algo, pero la tele no me dejaba. No tenía tiempo. En ese momento fue cuando decidí pedir ayuda para dejar la televisión.

No me imaginaba la vida sin televisión, así que pensé que si no resultaba, me suicidaba.

Gracias a Dios resultó.

Hoy en día tengo una esperanza; tengo amigos; tengo una novia… pero lo más importante es que tengo una vida; tengo proyectos; estoy comenzando mi propia empresa.

La primera vez que tomé la mano de mi novia, produjo en mí sensaciones mucho más intensas que la más fuerte de las escenas eróticas de una película. Y el primer beso o la primera vez que hicimos el amor… ni te cuento.

No todo ha sido fácil. Todavía tengo una gran tendencia a aislarme y hay ciertas situaciones sociales o laborales que me producen mucha ansiedad, pero tengo fe en que las superaré.

He descubierto que la vida real es diferente a la tele; más completa, más rica en sensaciones y matices… infinitamente más agradable e interesante.