Erika era una compradora compulsiva
Mis padres han sido muy trabajadores toda la vida. Siempre salían desde muy temprano y volvían tarde a casa. Desde muy pequeña aprendí a llenar mis vacíos afectivos con cosas.
Yo era una niña solitaria y retraída. Me costaba trabajo hacer amigas en el colegio, pero los juguetes nuevos y las cositas curiosas que llevaba, me permitían destacarme, las otras niñas querían ser mis amigas para que les prestara mis juguetes.
El problema apareció cuando me independicé. Terminé la universidad y decidí irme a vivir sola. Apenas tuve mi primer empleo, decidí arrendar mi propio ‘penthouse’ que me costaba mensualmente casi lo mismo que yo me ganaba en el trabajo y tuve mi primera tarjeta de crédito.
Dos meses después había copado la capacidad de mi tarjeta de crédito y ya había obtenido una segunda tarjeta. Utilizaba la segunda para comprar cosas que “necesitaba” u ofertas que no podía resistir y para ayudar a pagar las cuotas mensuales de la primera.
Poco a poco, terminé teniendo ocho tarjetas de crédito, usando unas para pagar las otras y con un ritmo de gastos que nunca habría podido sostener con mi sueldo… todo colapsó. Copé la capacidad de todas las tarjetas, no pude seguir pagando, comencé a recibir llamadas intimidantes de los bancos, y mi vida se convirtió en un infierno.
Cuando no estaba trabajando, estaba encerrada en mi apartamento, pues no tenía dinero para nada. Pero no quería estar allí. No quería recibir las cuentas de cobro que llegaban todos los días a mi buzón, ni las llamadas amenazantes. Empecé a tener ataques de pánico cada vez que sonaba el teléfono. Ese podría haber sido un fondo terrible, de no ser porque una noche invité a mis padres a comer, mi papá me preguntó cómo iba todo, se me escurrieron las lágrimas, y con la voz quebrada le conté de las ocho tarjetas de crédito, que debía dos meses de arriendo, nueve de administración, que tenía cortada la salida de llamadas de mi teléfono y además estaba a punto de que me cortaran todos los servicios. Mis padres se conmovieron y me salvaron. En menos de un mes estaba viviendo en casa de ellos nuevamente y con mi historial crediticio intacto.
Mientras viví con mis padres, no tuve más tarjetas de crédito pero sí compraba ropa, perfumes, cremas, bisutería y miles de cosas que no necesitaba, era tal mi compulsión por comprar, que a mitad de mes ya me había gastado todo el sueldo y le pedía a mi papá dinero para la gasolina y el parqueadero. Se repetía la misma historia: vivía como una princesa la primera semana y como un mendigo las otras tres semanas. Cuando no podía comprar, me sentía deprimida, negativa, intolerante e irascible.
Me casé con Jorge,al poco tiempo comenzaron las discusiones de dinero. Me reclamaba que mis hábitos de consumo no nos permitían ahorrar ni proyectarnos hacia el futuro. Que todo nuestro trabajo se iba en pagar cosas que atiborraban nuestros ‘closets’ y que ni siquiera necesitábamos.
Llegaba al menos dos veces por semana, cargando una bolsa con algo que había comprado. Le decía a Jorge que me lo habían dado de cumpleaños en la oficina, que había sido por el día del amor y la amistad, que era un regalo de navidad atrasado, etc. Vivíamos muy apretados. No nos alcanzaba el dinero para nada. Apenas sobrevivíamos. Yo me sentía muy culpable. Jorge me reclamaba que no podíamos seguir esperando a que la situación mejorara. Que teníamos que hacer algo… hasta que no pude sostener más la mentira de mis tarjetas de crédito. Otra vez las había copado. Mi esposo decidió hacer algo: Se fue. ¡Cómo me duele no haber sabido en ese momento lo que sé ahora!
Decidí pedir ayuda. Ahora no adquiero deudas por ningún concepto. No es un compromiso que adquiero para toda la vida, que me agobiaría. De una forma milagrosa, algunas de mis deudas han desaparecido y estoy haciendo un plan de pagos para las otras, sin descuidar mis necesidades personales. Vivo en un apartamento más pequeño. He aprendido a no adquirir compromisos de pago que no pueda cumplir y valoro mucho la tranquilidad que eso me ha dado. Estoy mejorando mi relación conmigo misma, pues me he dado cuenta de que todos esos vacíos que llenaba con objetos, son vacíos que debí haber llenado con amor hacia mí misma, satisfacción por lo que hago, sentimientos de competencia, capacidad y de ser digna de ser amada.