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Creando estilos de vida sanos

Testimonio paciente de anorexia. Cómo empieza todo

Me costaba mucho comérmelo todo, hasta mi madre me decía “si no te lo comes no podrás hacer esto o lo otro. Normalmente tardaba muchísimo en comer y siempre conseguía dejarme algo. Tiraba la comida, hacía bolas con la carne y me levantaba y también los tiraba, le daba mi comida a la perra, ponía comida mía en los platos de mis padres sin que se dieran cuenta… y mil cosas más, siempre para evitar comer.

Recuerdo que lo que más me costaba comer eran las legumbres, la carne, la fideua, la paella, algún tipo de pescado, etc. Tengo recuerdo de no poder ir a algún sitio como la Fiesta del Super 3 por no acabarme una fideua. En el colegio siempre acababa la última junto a dos niños más, siempre intentaba tirar la comida o dársela a un compañero, ya que la comida estaba malísima.

También recuerdo que en el verano me comparaba con mi vecina porque ella era muy delgada y yo tenía las piernas muy gruesas, pero en ese momento yo tenía unos 7 años y no le daba tampoco mucha importancia.

En el colegio nunca le gustaba a ningún niño, sólo a alguno y siempre eran los feos y los que no me gustaban. Los guapos siempre querían a dos chicas de mi clase, de una de las cuales era muy amiga pero tenía envidia de ellas, N y D. Ellas siempre iban con chicos, en cambio a mí me daba mucha vergüenza hablar con ellos.

Desde que me cambié de colegio a los 6 años tuve muchos problemas con las amigas, muchas veces me dejaban de lado y me insultaban y eso me sentaba fatal. Cuando llegaba a casa siempre lloraba porque decía que no tenía amigas y que todas me odiaban. Mi madre decía de cambiarme de colegio pero yo no quería por el miedo a conocer nueva gente y que me rechazaran también.

En segundo de primaria llegó D., con ella prácticamente ni me juntaba porque había como dos grupos, así hasta que llegó tercero. Yo era muy amiga de N. y nos apuntamos a hacer jockey y D. se unió. Pasando el tiempo sus padres (de N. y de D.) y los míos se empezaron a hacer muy amigos, al igual que D. y N. Eso me afectaba mucho porque era la única amiga con la que realmente me lo pasaba bien y confiaba en ella, y vi a D. como un obstáculo para nuestra amistad, así que le cogí manía. Me portaba muy mal con ella porque veía que era una niña débil que me estaba apartando de mi mejor amiga. Y N. en vez de separarnos nos manipulaba más porque le gustaba que nos peleáramos por ella. Hasta que en sexto nos dimos cuenta, D. y yo, de que N. nos manipulaba y nos juntamos también con K.

Luego, en primero de la ESO, me tuve que separar de ellas porque cada una fue a un instituto diferente. En sexto empecé básquet y por lo tanto seguí aunque también lo pasaba mal porque muchas de las chicas me criticaban y se burlaban de mí diciéndome: que era fea, que era mala jugando, que tenía el rostro pálido, que me empanaba mucho, que estaba rellenita… Esto me lo decían delante de mí pero cuchicheando o cuando me iba del vestuario las escuchaba criticándome. Lo quería abandonar pero continué hacia delante, hasta que muchas de las que me criticaban se cambiaron de equipo y las que se quedaron que también me criticaban (T., R., K. y B.) me fueron conociendo cada vez más hasta llevarnos súper bien. Un día les dije lo de que me criticaban y que lo pasaba muy mal y no lo negaron, hasta lo admitieron riéndose.

En primero de la ESO me preocupaba por mi cuerpo y decía que estaba gorda pero no dejaba de comer solo tenía el pensamiento de que en básquet lo quemaba prácticamente todo. Como empecé en un nuevo instituto tuve que hacer nuevos amigos, recuerdo que me costó mucho hasta que en una optativa de francés conocí a N. N. es una chica que está gordita y que muchos chicos se burlan de ella a sus espaldas, cuando la criticaban delante de mí la intentaba defender y decía otras cualidades buenas que tenía como que era graciosa, extrovertida, muy simpática… A raíz de N. conocí a B., ya que en el colegio iban juntas por lo tanto ya se conocían. B. también era una chica rellenita por lo tanto pensaba que los chicos no se fijarían nunca en mí porque iba con chicas gordas y me empezó a coger el miedo de que yo estaba como ellas ya que cuando íbamos a cualquier lado, como por ejemplo al cine cogían un bol grande de palomitas cada una, entonces a mí me incitaba a coger uno también pero siempre acababa cogiendo el mediano para sentirme menos gorda que ellas. A la hora del patio prácticamente cada día se compraban en la cantina chuches, patatas, palmeras de chocolate… Yo a veces también, pero luego me sentía mal.

Cuando empecé segundo, después de navidades empecé a obsesionarme que había comido mucho y que se acercaba el verano: ir a la playa, piscina, tiempo de ir con menos ropa. Así que empecé hacer mi operación biquini junto a mis compañeras de baloncesto. La dieta se basaba en no comer chuches ni bollería, pero yo decidí comer cereales integrales, leche sin colacao ni azúcar, una fruta o barrita para “adelgazar” para merendar o simplemente ni merendaba… Y claro, luego tenía entreno 3 días a la semana y a veces me mareaba o me dolía la cabeza entonces me preguntaban si había merendado algo y yo siempre decía que sí aunque no lo hubiera hecho.

Cuando llegó el verano me seguía viendo gorda por eso no quería ir casi nunca a la playa o a la piscina, porque tenía vergüenza de mi cuerpo, sobre todo tenía complejo de mis piernas. Cuando llevaba biquini siempre escondía barriga.

En julio, me fui 10 días de campamento y allí aproveché para no comer tanto y como hacíamos mucho ejercicio lo quemábamos prácticamente todo. Allí la primera noche conocí a un chico, un año mayor que yo, me gustó, pero tenía mucha vergüenza y cuando hablaba con él me ponía a temblar o no sabía qué decir y hasta tartamudeaba. Pero vi que ese chico al final lo único que le interesaba era liarse conmigo y ya está, porque me veía como una enana que no sabía decir no. Al final no pasó nada porque otro chico amigo suyo empezó a tontear conmigo y él pasó de mí. Eso me sentó muy mal porque el que me gustaba era él y no su amigo, pero le seguí el rollo al amigo aunque no quería que pasara nada entre nosotros. Me sentí bien tonteando con él porque sentía que alguien se había fijado en mí, cosa que nunca había pasado. Acabó el campamento y tampoco pasó nada con ése.

A mitades de julio, N., mi amiga de clase, me invitó a que pasara 10 días con ella y sus padres al extranjero. Allí ya no me preocupaba tanto mi peso ya que me sentía bien por el hecho de haberle gustado a alguien y porque me sentía más delgada. En este viaje me descontrolé mucho con el tema comida, pero no le daba importancia. Íbamos de restaurante a restaurante y como es normal sólo comíamos pasta, helados, pizzas… No comíamos nada de fruta ni verduras. Además la familia de N y N son de comer mucho y claro cuando no comía como ellos me decían: “va come más que no has comido nada…” Entonces hacía caso y comía más.

Cuando volví a mi casa me pesé y vi que me había engordado unos 4 kilos y eso me sentó fatal, me volvía a ver gorda. Y en agosto pasé una semana en el pueblo de mis abuelos, allí empecé a restringir otra vez, y como eran las fiestas no paraba quieta y me iba a dormir a las 6 o así porque todos los jóvenes estaban de fiesta ya que como es un pueblo, es como más libre. Con las chicas que iba todas eran muy rellenitas menos una y a su lado me sentía como si fuéramos “las raritas” y los chicos ni se nos acercaban y muchas veces gritaban. “¡gordas! ¡Vacas ir a pasturar por el campo a comer donuts!” y cosas así. Entonces yo me incluía en lo que me decían.

Pasado el verano, mi madre encontró un trabajo de cocinera, entonces no estaba a las horas de comer, sólo estaba con mi abuela. En las comidas tiraba toda la comida que podía, porque me sentía gorda, y además mi abuela es de cocinar platos muy potentes y con mucha comida, y eso me agobiaba muchísimo.

No me acuerdo muy bien cómo, pero empecé a vomitar después de cada almuerzo. En el desayuno sólo bebía leche y comía cereales integrales, los tentes los tiraba o se los daba a una amiga mía, el almuerzo me lo comía casi todo y luego lo vomitaba, las meriendas a veces no las hacía y otras se me descontrolaban, o sea, que comía mucha bollería, galletas, muchos vasos de leche con colacao y azúcar… y luego también lo vomitaba y en las cenas comía “normal” y sin vomitarlo después. Aunque a veces después de cenar decía de hacer yo la cocina y me ponía a comer mucho.
Cada vez que me pesaba, unas veces pesaba menos, otras más, pero casi siempre seguía igual y eso me frustraba muchísimo porque yo sólo lo que quería es volver a tener el peso que tenía antes de ir a Italia, pero no lo conseguía.

Y por fin llegó el verano, aunque yo lo vivía con desesperación porque venía la época de ir con menos ropa. Yo lo de vomitar se lo dije por primera vez a mi madre en diciembre porque no me parecía del todo normal, pero cuando se lo dije ella no supo cómo reaccionar y yo le prometí que no lo volvería a hacer, pero no lo conseguí.

Cuando llegó el junio decidí no volver a vomitar ya que no conseguía bajar de peso, pero entonces me puse a restringir mucho. Muchas comidas me las saltaba cuando decía que tenía una comida o cena con mis amigas, las meriendas no las hacía… En julio volví a ir al campamento de 10 días del año anterior, pero esta vez fue más estricto el restringir y las actividades eran también más duras. Yo no comía nada, prácticamente lo tiraba casi todo o se lo daba a las compañeras con la excusa de que me encontraba mal o que no me gustaba.

Nadie me preguntaba ni se extrañaba y eso me cogió más seguridad, y también porque había dos chicas más que tampoco comían mucho porque no les gustaba la comida. A mitad de semana nos reunieron los monitores a las 3 y nos dijeron si teníamos algún problema porque se daban cuenta de que no comíamos, pero dijimos que no. Pero nos dijeron que nos controlarían pero sin que se dieran cuenta lo seguí haciendo. Cuando íbamos al río o a la piscina no me bañaba ni me sacaba la ropa. Y cuando me obligaban me ponía a tomar el sol apretando la barriga y de espaldas.

Le empecé a gustar a un chico, pero yo no me lo creía, pensaba que era imposible porque en el campamento había chicas más guapas, delgadas y simpáticas que yo. A través de su primo al final decidí tener algo con él. A mí me gustaba mucho pero tenía miedo y vergüenza porque nunca había estado con un chico. Al final nos liamos, me sentí cómoda pero a la vez estaba súper nerviosa y escuchaba como una voz dentro de mi me decía “lo estás haciendo mal” y como me tocaba un poco también escuchaba “te está tocando la barriga y el culo, va a notar que estás muy gorda y te va a coger asco…” Estaba muy insegura y tenía miedo de que se riera de mí luego con sus amigos… Cuando volví del campamento yo no me atrevía a hablar más con él y a decirle si quería algo más y él tampoco me decía nada. Entonces pensé que ya no le gustaba y me sentía utilizada, como si para él hubiera sido una chica más que apuntar en su lista. La verdad es que lo viví muy mal pero me eché todas las culpas a mi por ser tan cobarde y no haberle dicho nada de lo que quería, me arrepentí muchísimo.

Seguí restringiendo y cada vez que me veía más delgada me sentía mejor. Hasta que me fui 5 días con una amiga a su casa, allí me seguía preocupando por mi físico y me agobié bastante porque su familia era de comer mucho y de comer mucha carne rebozada, pasta, dulces… En el almuerzo y la cena comía lo que me ponían y en la merienda y el desayuno comía bastante porque me veía como presionada por su parte. Pasados los 5 días nos fuimos a casa de otra amiga, llamada B. En su casa eran de comer todo lo contrario que en casa de N. Ellos comían mucha verdura, mucha fruta y pocas cantidades, encima yo me ponía lo que comía. Como me sentaba muy mal haber comido muchísimo en casa de N., en casa de B. prácticamente ni comía y siempre estábamos andando, subiendo cuestas…

Había una piscina comunitaria de todo el pueblo donde iban todos sus amigos y amigas de allí, yo no me bañaba ni me quitaba la ropa porque estaba muy insegura y veía que las otras chicas estaban más delgadas que yo. Además también estaba la prima de B, de la cual yo le tenía muchísima envidia porque era muy delgada, guapísima, me gustaba su forma de ser y encima el chico más guapo y el que me gustaba iba detrás de ella. Por eso quería ser como ella e intentaba comer siempre menos que ella y hacer todo igual que ella. Ahora que me doy cuenta pienso que esa chica puede tener anorexia igual que su hermano y a lo mejor su madre porque comen poquísimo y están todos muy obsesionados con su físico, pero no estoy segura.

Una de las noches hicimos un botellón y era mi segundo botellón. Esa noche no comí nada y encima me tomé un ibuprofeno. Bebí demasiado y eso me sentó muy mal pero le cogí el gustillo porque dejé de lado mi timidez y parecía que a todo el mundo le cayera mejor. Pero luego, por lo poco que recuerdo empecé a llorar y a deprimirme. Más tarde vomité, me provoqué el vómito y no paraba de decir que era bulímica, unas chicas que no conocía de nada me ayudaron mucho. Lo pasé realmente mal porque casi me coge un coma etílico y tenía mucho miedo de morir. Al final todo salió más o menos bien. Antes de acostarnos hablé con mis amigas y les conté un poco lo que me pasaba, pero ellas se quedaron paralizadas.

Cuando volví a mi casa volví a restringir mucho, ya tiraba casi todo y me controlaba mucho con el tema comida, más que nada aprovechaba que mi madre estuviera trabajando. Luego se puso muy mala y pasó dos días en el hospital, esos dos días aproveché para no comer nada, ya que mi abuela no se enteraba. Cuando se recuperó volvió a trabajar pero me pilló un día vomitando porque comí un poco más que los otros días y vi que había engordado, pero le volví a decir que no lo haría más y que sólo fue un pequeño desliz, pero pidió hora para el médico.

Cuando fui al médico le conté lo que hacía pero le dije que ya no. Entonces me dijo si vuelve a pasar te buscaremos ayuda, pero pidió análisis igualmente. En clase nos habían mezclado con otros grupos, entonces hicimos “nuevas amigas” con N y B. Una de esas chicas se llama M. y es muy delgada y come muchas chuches, patatas, galletas, bollería… Y a mí me deprimía mucho que en grupo hubiera una más delgada que yo porque yendo sólo con N y B como era la más delgada parecía ser más delgada de lo que era o al menos me daba esa sensación.

Cada vez que comía menos me sentía mejor porque me veía a veces más delgada y cuando veía que en la báscula bajaba sentía alegría. En ese momento tuve que dejar el básquet por problemas de entrenadores y eso la verdad es que me sentó muy mal porque era un lugar donde me desahogaba jugando y además quemaba calorías. Y los chicos de clase me decía “Uy apúntate a algún deporte, que te estás volviendo vaca, cuidadín…” Yo esos momentos me callaba pero sabía perfectamente que tenían razón.

Entonces decidí restringir más: desayunar, un grapado de cereales, tiraba la leche, comer, todo lo tiraba y lo que comía lo vomitaba, merendar no merendaba y cenar casi tampoco cenaba porque lo que podía lo tiraba. Me empecé a interesar por saber hacer la comida ya que eso ayudaba a controlar también. Mi abuela estaba ingresada y por lo tanto mi madre pasaba las tardes después del trabajo con mi abuela. Yo estaba sola en los almuerzos, ya que mi hermano llegaba siempre cuando yo me iba. Para que pensara que había comido manchaba el plato de comida. Me pesaba cada día más de una vez, cuando veía que adelgazaba me sentía muy alegre, cuando engordaba me frustraba y eso me hacía restringir más aún, y si me mantenía también quería restringir más.

Pero el problema era cuando me miraba en el espejo: a veces me veía bien, pero otras muchas no veía ninguna otra diferencia, incluso me veía más gorda aunque la báscula pusiera lo contrario. Los chicos ya no me decían que me iba a poner gorda, sino todo lo contrario “S, estás muy guapa desde que dejaste el básquet” Eso me hacía tirar hacia delante y aumentaba mi obsesión.

Luego pasó lo de mi abuela con la ambulancia, a la hora de volver a casa. Entonces mi madre tuvo que dejar el trabajo y eso hizo que estuviera más agobiada porque estaba más encima y me costaba dejar y esconder más comida que antes. Por eso empecé con el ejercicio, primero empecé con correr, con moverme mucho, andar más de la cuenta y hacer abdominales y flexiones. Mi madre no se daba cuenta de lo del ejercicio.
Así continué hasta que llegaron las navidades, época en que se come más y se comen turrones, bombones, neulas, comidas potentes… Así que decidí cocinar con mi madre y por suerte ese año sólo nos dieron un lote pequeño y no había ni un turrón que me gustara, eso hizo que me costara menos no comer.

Mi madre se empezó a dar cuenta que estaba más delgada y que no comía casi nada, pero cuando me lo decía se lo negaba. Esas semanas no me apetecía hacer nada y estaba muy cansada. En todas las vacaciones de Navidad sólo salí un día con mis amigas para ver la cabalgata de Reyes.
Cuando antes quedaba con las del básquet y me decían que estaba más delgada yo lo negaba pero por dentro me sentía bien, me gustaba que me lo dijeran aunque yo no me lo creía. Yo continué igual hasta un momento en que casi me desmayo y que me encontraba realmente mal.
Yo en ese momento me asusté mucho y me cogió la paranoia que me iba a morir y que no podía continuar así. Así que exploté y se lo conté un poco a mi madre lo que hacía. Ella decidió pedir hora para el médico para pedir ayuda. Pero hasta la visita al médico yo seguía con lo mismo e intentaba pesar cada vez menos porque en el espejo no veía ningún cambio.

Cuando llegó la visita al médico nos envió a un centro, pero en ese centro sólo había chicos con problemas de todo tipo: agresivos, depresivos… Yo allí me sentía rara, me dijeron que si bajaba mi peso durante un mes tendría que ir todo el día. Pero al principio sólo iba a comer y a merendar.

Estaba controlada por una enfermera, T. pero a la hora de comer ella comía con los psicólogos en una mesa y yo con los demás chicos en otras.
A T. la toreaba como podía, tiraba la comida sin que me vieran, le daba a una compañera que era gorda y comía mucho… la merienda me la comía porque estaba T. a mi lado. Todo era muy extraño y me sentía marginada porque todos hablaban de mí a mis espaldas. La siguiente semana S. se puso enferma así que la merienda no me la comía. En la cena prácticamente ni comía, el desayuno tampoco y el tente no me lo comía.

El último jueves que estuve allí conocí a una chica que vino nueva al centro, también con anorexia. Ella era muy guapa, estaba delgadísima y le tenía envidia. Me sentí muy a gusto hablando con ella porque me comprendía y hacía prácticamente lo mismo que yo y eso me hacía sentir que no era tan rara. Ese mismo día mi madre me llevó a un nuevo centro, éste, SETCA.

Hice una pequeña terapia con R. y L. y este sitio no me gustó nada porque lo veía muy estricto y duro. Y desde el primer momento me di cuenta que aquí serían más exigentes y estaría más controlada pero tenía la pequeña fe que en casa podría librarme. Pero mi madre se volvió el doble de dura y hacía que todo lo que me pasaba no le importaba, incluso me ignoraba y eso me hizo mucho daño a parte de sentir impotencia.
Pero bueno, ahora sigo aquí “luchando” aunque no lo veo del todo claro.

TESTIMONIO PACIENTE CON TRASTORNO DE LA CONDUCTA ALIMENTARIA