EL GRAVE PROBLEMA DEL ALCOHOLISMO: UN TESTIMONIO
Quizá pueda sorprender que me reconozca como alcohólico… Otras personas se pueden presentar diciendo su condición física, social, sexual, laboral, etc. Soy alcohólico porque, haciendo lo que muchas personas hacen socialmente, beber alcohol, he desarrollado esta adicción, esta enfermedad. Nadie somos culpables de tener ninguna enfermedad, pero sí somos responsables de hacer lo que esté en nuestras manos una vez que sabemos que la padecemos.
¿Quién no conoce a alguien que tenga este problema? En el hogar de alguien que haya desarrollado esta adicción se vive un auténtico infierno, aunque toda la familia intente dar una imagen de normalidad. Los alcohólicos solemos negar nuestra condición, nos avergüenza y avergonzamos a la familia.
Quiero dejar constancia de que lo que aquí expreso es mi experiencia, mi experiencia hasta convertirme en un adicto al alcohol. Siendo muy joven entré en contacto con el alcohol, y durante muchos años fui un bebedor social. Alguna vez me pasaba en el consumo, pero creía que era lo normal, pensaba que a todo el mundo le pasaba.
Con el consumo, mi vida iba a peor: poco tiempo en casa, problemas en el trabajo, problemas económicos, no cuidar mi salud, abandono, etc. Mi vida empezó a girar en torno al alcohol, pensaba que si no bebía no merecía la pena vivir. Si me invitaban a algún acto social iba, porque allí estaba justificado el beber. Con el paso de los años cada vez iba a peor: mi familia no sabía qué hacer conmigo, me querían ayudar y no me dejaba. Intenté dejar de beber a base de fuerza de voluntad, y no pude. Había perdido todo el control respecto al alcohol, pretendía beber dos o tres cervezas y terminaba borracho. Una vez que dejé de beber, me dijo uno de mis hijos: “papá no sabes lo difícil que era quererte y odiarte a la vez”. Quererme como padre y odiarme como padre alcohólico. No quería reconocer que era alcohólico, creía que los alcohólicos eran otros que por causa de su alcoholismo estaban en peor situación que yo.
Fui muy afortunado: mi familia no me abandonó, estuvo a mi lado cuando lo normal es que hubieran huido de mí. Llamaron al teléfono de Alcohólicos Anónimos y se informaron de dónde podía ir. Llegué a un grupo sin fe; pensando, como había intentado dejar de beber y no había podido, que no se podía, que la única solución que tenía era morirme.
Fui recibido con mucho amor, cariño y comprensión. Ellos me entendían, habían pasado por el mismo infierno que yo. Me dijeron que era una enfermedad y me hablaron de a dónde les había llevado a ellos. Me identifiqué en el dolor que les había causado el alcohol. Me transmitieron esperanza: decían que eran alcohólicos y se reían.
Mi familia pidió ayuda por mí, y me dejé ayudar. Admití que era impotente ante el alcohol, sabía cuándo empezaba a consumir pero no cuándo terminaba ni cómo. Me dijeron que me lo hiciera fácil, que me levantase con el propósito de no beber por ese día, por 24 horas, que el borracho más borracho podía estar un día sin beber. Que acudiese a cuantas reuniones pudiese, que me estaba jugando la vida. Me ofrecieron la posibilidad de hacer el programa de los Doce Pasos, y me prometían una vida útil y feliz. Que si hacía ese programa y lo aplicaba a mi vida, tendría un despertar espiritual.
Al escuchar esta palabra, me sonó a religión. Tuve la oportunidad de oír a un terapeuta la definición de espiritualidad: este hombre decía que la espiritualidad era la calidad de la relación que tenemos con nosotros y con nuestro entorno. Evidentemente, si me quiero puedo querer; si estoy bien conmigo lo estoy también con los demás. Si soy feliz no voy a buscar la felicidad en el alcohol.
Me dejé ayudar, hice caso a lo que me decían y hoy tengo una vida diferente, en la que el alcohol no tiene cabida. Hoy soy feliz, y como soy feliz estoy más alejado del alcohol.
Vine sin esperanza, pero hoy no solo no bebo: hoy estoy aprendiendo a enfrentarme a la vida de una forma diferente. La vida, los demás, las circunstancias, no han cambiado; quien ha cambiado he sido yo: ahora no me hace daño cualquiera, soy yo el que más daño me puedo hacer.
Por último, decir que si alguien ve que su forma de beber es diferente a la de los demás, que no bebe por placer sino por necesidad, que cuando bebe no se siente feliz sino culpable, es probable que tenga un problema.
Lo primero que puede hacer cualquier persona que sufra a causa del alcohol es pedir ayuda, primero a los que le quieren, y después a su médico. Como es una enfermedad, primero lo tienen que tratar los profesionales. En el Hospital Doce de Octubre hay un gran equipo dedicado a las adicciones.
Alcohólicos Anónimos me ha ayudado a mantenerme sin beber, me está enseñando a vivir, valoro lo mucho que tengo: sobriedad, una familia que me quiere, una comunidad y compañeros que me ayudan, una “mala salud de hierro”, etc. Sobre todo me he liberado de la esclavitud del alcohol: soy libre de beber o no. Al ser y reconocerme alcohólico, no se me va a ocurrir beber.
Si alguien tiene problemas con el alcohol o nos quiere conocer, nos reunimos en un espacio de la Iglesia Santa Bibiana (calle Romeral, número 2). Somos gente normal, de toda clase y profesiones; el alcoholismo es una enfermedad muy democrática: afecta a listos, tontos, ricos, pobres, etc. Somos gente con muchas ganas de vivir y cuyo primer objetivo es mantenernos sobrios para poder ayudar a otros que están en la misma situación que nosotros estábamos, sufriendo por el alcohol. Nos reunimos los lunes de 11:00 a 12:30 y de 19:30 a 21:30, y los martes y viernes de 19:30 a 21:30. Los viernes son reuniones de acceso libre, a las que puede asistir cualquier persona que quiera conocer cómo nos recuperamos; somos anónimos, no secretos. Somos un recurso gratuito al problema del alcoholismo en Villaverde.