Rico dolor
La primera vez fue con las uñas. Como cuando te pica un mosquito y te rascas tanto que al final te acabas haciendo sangre, pero sin el mosquito. «Me empecé a rascar en la mano, a los diez minutillos me escocía un montón y cuando miré, ya tenía una herida. Esa primera vez no fui consciente... Me rascaba de los propios nervios. Pero noté cierto alivio, como si pudiera descargar la ansiedad. Hay gente que le da un puñetazo a la pared y a mí me dio por hacer eso».
La segunda vez ya fue con unas tijeras, o igual fue con un cuchillo de la cocina, o con la cuchilla del sacapuntas que tenía en el estuche, o con la cremallera del mismo estuche. Con lo que fuera. «Hay un punto en el que tienes el plástico de un boli y te sirve, aprendes que si tienes un papel y lo doblas mucho, también te sirve. Llegas a tal nivel de adicción que como no tengas algo fácil a mano, te sirve casi cualquier cosa».
Nadia cumplió 18 años el martes y su mosquito se llamaba anorexia restrictiva. Dice que los cortes, como los vómitos, eran sólo «la punta del iceberg», los síntomas del torbellino que anidaba en su cabeza. En los peores tiempos llegó a estar dos semanas sin comer. En los peores tiempos llegaron a darle puntos por las lesiones que ella misma se producía. Hoy está a punto de recibir el alta y donde estaban las heridas hay ahora un tatuaje en inglés que dice: «Cada cicatriz construirá mi trono».
El 27,6% de los adolescentes europeos se ha autolesionado de forma voluntaria sin intenciones suicidas al menos una vez en la vida, según un estudio publicado en la revista Journal of Child Psychology and Psychiatry. El 20% lo hace de forma ocasional y casi el 8% se lesiona de manera recurrente. Los casos se han multiplicado por 10 en los últimos 30 años y los expertos alertan ya de una tendencia más que preocupante, pese a que apenas se habla de ello en los medios, ha sido un tema tabú en la calle e incluso los propios médicos admiten que aún no son capaces de establecer conclusiones definitivas. Se propaga como una pandemia y sin embargo permanece casi oculta, como si se pudiera tapar con la manga de la camiseta.