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Creando estilos de vida sanos

“Mi hijo no es un marciano”

“Éramos inexpertos en esto de ser padres. No detectamos nada. Sí que es cierto que a Josep Enric le costaba adaptarse a los cambios y que tardó un poco en hablar, pero todo parecía normal”, recuerda ahora Josep.

Josep Salvat y Elsa Castro se dieron cuenta de que su hijo era autista cuando se enfureció por el ruido de un secador de manos

El autismo de Josep Enric dio la cara de repente. En el lavabo de un restaurante. ¿Su delator? El ruido del secador de manos. Fue oír el rugido de las turbinas de aire y el crío enfureció. La hiperacusia, una hipersensibilidad propia de los autistas, sería una de las primeras señales de lo que verían confirmado tres años después en un diagnóstico médico: el trastorno del espectro autista (TEA).
 

“Cuando nos dijeron que Josep Enric era autista se nos vino el mundo abajo”. Cuenta Josep que nada de lo que ha vivido hasta ahora puede compararse a lo que sintió al saber que su hijo no sería igual a los demás. Que el pequeño iba a entrar en ese territorio insondable que supone incomunicación y una difícil inserción en lo cotidiano. En ese universo mental y sensorial tan diferente al del común de los mortales y sus normas no escritas. Todo, por una anomalía de la programación genética.

“Lloramos todo lo que se puede llorar. Y lo superamos. Ahora estamos orgullosos del trabajo que hacemos con Josep Enric. Él está felizcon nosotros y nosotros con él. Al final, que mi hijo tenga una vida feliz sigue siendo un objetivo factible para la familia”.

El autismo altera todos los equilibrios anímicos personales y de la pareja. Además, el TEA tiene una particularidad perversa: la eficacia de los tratamientos terapéuticos depende de que en casa haya estabilidad familiar. Los Salvat, con una buena red familiar y capacidad económica suficiente, parece que han conseguido cuadrar el círculo con mucho esfuerzo.