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Creando estilos de vida sanos

Testimonio de un ludópata: “Perdí todo intentando ganar algo”

Mexicali es una de las dos ciudades con más casinos en México ?15 en total? y la número uno en Baja California, según datos de la Dirección de Juegos y Sorteos de la Secretaría de Gobernación. Este es el testimonio de Juan Francisco, de 30 años, quien tratando de ganar terminó perdiéndolo todo: trabajo, pareja, amigos, familia y salud.

Seis años después de su primera visita a una casa de juego en la capital bajacaliforniana, desde la sala de deportes del Casino Winpot, nos narra la pesadilla en que se convirtió su vida cuando se volvió un ludópata (del latín ludus, "yo juego" y la palabra griega, pathos, "enfermedad"). El Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5) define la ludopatía como una adicción y como un impulso irreprimible de apostar y participar en juegos de azar, como máquinas tragamonedas, cartas, dados, peleas de animales o carreras de caballos.

 

Juan Francisco

Me llamo Juan Francisco y tengo 30 años. Soy un ludópata. En el Instituto de Psiquiatría del Estado de Baja California, en donde me atiendo, me han enseñado que tengo un trastorno que me lleva a no poder controlar mis ganas de jugar o apostar. No puedo dejar de pensar en el juego. Jugar no es un delito, el problema es que para seguir jugando robo, defraudo y acumulo deudas por pedir prestado. Todo comenzó un día que acompañé a unos amigos de la primaria en donde trabajaba como profesor, a un casino del grupo Caliente, del tijuanense Jorge Hank Rhon. Estuve ahí un par de horas jugando en las máquinas tragamonedas y aunque no me gasté más de 200 pesos, no gané nada, nomás perdí y dije: "No vuelvo a venir a un casino".

Pasó una semana y volví a acompañar a unos profesores de donde trabajaba, pero ahora fuimos a otro casino, uno que se llama Arenia. Para mi suerte gané 500 pesos. Me emocioné y me gustó el ambiente; todos parecen contentos, los empleados te saludan con mucha amabilidad, o sea, te hacen sentir como alguien importante. A partir de ahí regresé al otro día y al otro día y así duré como medio mes; en todo ese tiempo me gané 5 mil pesos. Aun así me calmé durante dos semanas y simplemente dejé de asistir al casino.
 

Una tarde salí de dar clases en la primaria y me sentía de buen humor y me dije: "Pues no tengo afición por ir a fiestas, antros ni a table dance; no tomo alcohol, no fumo, no me drogo; tengo derecho a gastarme una parte de mi sueldo en un casino". Total, nomás me gastaba 150 pesos en cada visita. Hasta ahí todo iba bien, todo estaba bajo control, simplemente era un jugador esporádico, pensaba yo.

 

"Un día ya no pude dejar de jugar"

Tenía como un año jugando, pero siempre de manera, digamos, muy medida. Un día cambié de casino y fui al Winpot, pero esta vez me gasté 1500 pesos. Tenía ocho horas jugando y ya estaba muy enojado porque no ganaba, pero de repente, ¡qué me saco el premio mayor de 50 mil pesos! Para esto ya me había gastado 30 mil durante tres semanas. ¡Nombre!, me puse muy emocionado porque con ese dinero podría ayudar a pagar unas deudas familiares de un auto que se acababa de adquirir y de una televisión de plasma que se acababa de comprar; me convertí en la maravilla de la familia, sentía que estaban orgullosos de mí. Haber ganado hizo que me llenara de confianza, pero también que las cosas comenzaran a salirse de control. Lo que pasó fue que empecé a jugar en las máquinas tragamonedas a diario, pensando que de ahora en adelante ya siempre ganaría dinero.
 

De no gastar más de 200 pesos comencé a gastarme 800 en cada visita, que era de todos los días. Es que me daba mucho coraje que yo era el único que perdía de todos los jugadores que estaban en la otras máquinas. Veía que los empresarios restauranteros chinos se gastaban hasta 70 mil pesos en cada visita, de una sola sentada. Los chinos llegan con tres empleados y le dan 15 mil a cada uno y los ponen a jugar en las máquinas, pero lo que ganan será de su patrón chino. En otra ocasión, recuerdo que era 24 de diciembre, estaba en el casino Winpot, cuando de pronto se escucha una alarma y veo que un cliente, joven, como de 40 años, salta de su silla. Se había ganado un millón de pesos. Pidió que se los entregaran en efectivo y lo escoltaron hasta su vehículo, porque nadie quiere cheques. Eso me ponía mal, sentía envidia y de coraje gastaba más dinero.