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Creando estilos de vida sanos

VivĂ­a aterrada.

Buscaba señales y respuestas en todo. Si no me apetecía arreglarme, pensaba, soy un hombre. Las uñas muy cortas, soy un hombre o lesbiana. No estaba de humor para hablar con mi novio. Soy lesbiana, no le quiero. De modo que, mi vida se convirtió en algo que analizar y yo era la investigadora. Y dejé de vivir mi vida.

Curiosamente, estas dudas compulsivas e imágenes intrusivas que me venían con contenido sobre lesbianismo, me surgían especialmente cuando estaba de exámenes, cuando discutía con mi familia, cuando me disgustaba con alguien o cuando echaba en falta a mi novio.

Vivía en esta situación desde los 16 cuando viví una ruptura sentimental muy dolorosa, pero eran momentos de dudas intermitentes y no me impedían hacer mi vida. De forma que, no le daba importancia. Pero llegó un punto el año pasado en el cual ya no me permitían vivir. Mi ansiedad dominaba mi vida y mis relaciones. Me ponía nerviosa cuando hablaba con mis amigas o veía determinadas imágenes en la televisión. Esos nervios me agobiaban más e intentaba medir cuales eran mis reacciones corporales para poder averiguar si realmente era lesbiana o un hombre a pesar de que nunca había sentido atracción hacia alguien del sexo opuesto.

Mis nervios y sufrimiento aumentaban y yo me aislaba para evitar esos sentimientos. Llegó un punto en el cual las películas y las series activaban en mí imágenes intrusivas y ansiedad. Analizaba lo que sucedía en la televisión y lo comparaba con mi vida. Lo mismo me sucedía con las experiencias de relaciones sentimentales o de sexualidad que me contaba la gente a la que conocía. Buscaba respuesta en todas esas experiencias ajenas.

Mis dudas eran tales que dejaba a mi novio de forma continua. Vivía en un laberinto sin salida. Era (soy) feliz con él. Me encantaba hablar, besarle… cuando estaba relajada, que no eran muchas veces. Pero sentía que no quería engañarle o hacerle daño motivo por el cual me culpabilizaba por mis dudas. De modo que le dejaba, esperando una solución milagrosa o evitando que sufriera porque quería que él estuviera con alguien que realmente estuviera convencida de sus sentimientos. Cada ruptura era una forma de infligirme dolor a mí misma. Sentía que no me merecía estar con él. Sentía que una persona como yo no lo merecía.

Así que te puedes imaginar mi situación, un verdadero infierno. Atrapada por miedo a ser lesbiana, miedo a ser un hombre o miedo a no querer a mi novio. Y todo eso se manifestaba en mi cabeza: ¿Y si soy lesbiana? ¿Y si soy un hombre? ¿Y si en realidad no le quiero? ¿A lo mejor soy lesbiana pero no me he dado cuenta? Siempre lo mismo, “y si”, “y si en realidad”,  “a lo mejor”… De modo que si te repites eso habitualmente probablemente no sea cierto lo que te cuestionas. Como yo también lo sabía. Pero me aterraba pedir ayuda psicológica. Me daba miedo que me dijera que sí, que era lesbiana, que era un hombre y que tenía que dejarle.

Finalmente, exploté, dejé a mi novio por milésima vez y esa vez él aceptó. No podía seguir él tampoco en ese infierno. Y yo me sentí morir como a los 16 años. Pero no quería sentir ese dolor, no podía afrontarlo. De modo que me encerré en mi ansiedad de tal forma que interfirió en mis estudios y en mi vida social. Pero también esa pérdida y ese dolor fueron el detonante para pedir ayuda. No quería seguir así. Ahora ya le había perdido. Si iba a terapia no perdería nada más.

Y así llegué, con todo perdido, con todo por ganar. Y eso he hecho. Lo he ganado todo. Trabajando mucho y gracias a Nuria que ha sido mi guía en todo este proceso. Sin ella no hubiera sido posible. Los ejercicios prácticos hicieron que avanzara súper rápido. Entendí que esas ansiedades sólo eran una forma de evitar el dolor y de no afrontar el miedo. Así en ocho meses con Nuria que me animó a hacer terapia en grupo un tiempo (una gran experiencia) y que me continuó llevando en individual, reaprendí a vivir. Me puso de frente con mis verdaderos miedos.

Claro que, hay veces que vuelvo a tener ansiedades o imágenes intrusivas, incluso algún momento de pánico. Pero Nuria me dio las herramientas para entenderlo y afrontar el problema real. Gracias a su comprensión, empatía, cariño, efectividad, seriedad y firmeza cuando es necesaria pude resolver mis problemas. He trabajado y trabajo mucho para seguir siendo feliz y Nuria me dio las herramientas que necesitaba para lograr mis objetivos principales: conocerme a mí misma y ser feliz.