https://www.high-endrolex.com/17 Umbral
Creando estilos de vida sanos

Testimonios que matan

Tras casi diez años de relación, vejaciones, «hasta puñetazos en la barriga cuando estaba embarazada», y con dos hijos en común, lo que Gloria no esperaba es que su expareja intentase matarla una vez separados. «Él siempre estaba por aquí dando vueltas, todos los días. Me perseguía, me acosaba... Utilizaba a mis hijos para verme a mí y luego, a veces, los dejaba tirados; les hablaba mal de mí, les comía la cabeza con que todo era mi culpa... Ya he perdido la cuenta de todo lo que me hizo». Así durante casi dos años, «hasta que un día, antes de la comunión de mis hijos, me dijo que quería verme para darme cien euros para los críos. Y yo fui tan tonta que me lo creí. No pensaba que tuviera otra intención. Así que fui en coche al sitio donde habíamos quedado y estaba allí apoyado contra la pared. No me bajé del coche. Recuerdo que me dijo que lo acercase a un sitio, pero le dije que no, que no iba a llevarlo a ningún lado. Yo quería que me diera el dinero e irme. Y entonces hizo como que se mareaba y se sentó en la acera, cerca de un matorral. Me pidió que me bajase y lo hice. Y entonces sacó una recortada que había escondido en los hierbajos y me cogió por el cuello, me apuntó con ella a la cabeza y me dijo: 'Ahora me vas a tener menos acobardado'. Él creía que todo lo que le pasaba era culpa mía, porque la policía lo había denunciado varias veces por conducir sin carné, y pensaba que era yo la responsable. Entonces intenté quitármelo de encima y lo empujé como pude hacia el maletero. Intenté abrir la puerta y subirme al coche. Pero entonces me disparó».

Operada a vida o muerte

Un segundo. Eso bastó para que la vida de Gloria cambiase para siempre. Un segundo y, al siguiente, su abdomen se descomponía. Se desangraba. Como pudo, se subió al coche y empezó a conducir hacia casa de su hermano «Por suerte, en el camino, encontré una ambulancia aparcada. Enfrente había un grupo de ciclistas almorzando y les pedí ayuda como pude, porque no me salía la voz. Me sacaron del coche y me subieron a la ambulancia, que me llevó al centro de salud del pueblo. Y allí ya vino otra a buscarme y me llevó a La Arrixaca. Por el camino me iban diciendo que no me durmiera. Me operaron de urgencia, a vida o muerte».

Los hijos en común son, en muchos casos, la excusa para no denunciar y, al final, la razón para hacerlo

Nueve meses después del disparo, la herida de Gloria todavía no ha cerrado. Una vez por semana sigue yendo a curarse y los médicos todavía no se atreven a darle un pronóstico estimado de su recuperación. A pesar de las secuelas y el dolor, ella se siente «agradecida de que me haya pasado esto, porque al estar él en la cárcel, he salido del infierno en el que estaba. Y por otro lado, prefiero que me pegase el tiro a mí, porque si no, sé que hubiera sido capaz de hacerle lo mismo a alguno de mis críos o de mis hermanos, solo para hacerme sufrir».

En cuanto al padre de sus hijos, todavía sigue en prisión a la espera de que salga el juicio, «por eso estoy tranquila, aunque su familia me sigue dando mucho respeto». Sus dos pequeños pasan un rato cada quince días con los abuelos paternos, «pero claro, imagínate cómo se me queda a mí el cuerpo de saber que mis hijos están con ese tipo de gente, porque allí son todos iguales... Les dicen que su padre está en la cárcel por mi culpa, les dicen qué tienen que declarar cuando llegue el juicio, les dicen que si ellos hablasen bien de su padre, él ya estaría fuera. Además les meten miedo, diciéndole que ellos tienen la escopeta de su padre. Si hubieras visto cómo llegó mi hijo cuando se lo dijeron... Me llamó corriendo por teléfono para decirme que me fuera a casa, que me escondiera, con un sufrimiento, el pobre...».

-¿Qué pasará cuando él finalmente salga de la cárcel?

-Pues que tendré que irme a vivir fuera, porque si no, aunque tenga orden de alejamiento, sé que tarde o temprano mi final será que me mate. Estoy segura.

A pesar de todos los malos tratos que recibió durante su relación, Gloria nunca contó nada en su entorno familiar «por no hacer sufrir a mis padres o a mis hermanos, por protegerle a él, para que no le tuvieran más manía». Tampoco le interpuso nunca una denuncia por violencia de género. Como ella, muchas son las víctimas que deciden no hacerlo, «porque les cuesta mucho cuando siguen enamoradas. No es tan sencillo denunciar a una persona con la que has hecho un proyecto de futuro o incluso con la que tienes hijos», explica Laura Miñano, psicóloga del Cavi de Murcia. Su experiencia con víctimas de violencia machista le hace asegurar que, «en muchos casos, no toman decisiones por no romper la unidad familiar, porque ellos las machacan también mucho con ese tema; pero, al final, en la mayoría de los casos los hijos también son el motivo en el que encuentran la fuerza para resolver la situación». Las mujeres que pisan la consulta de Miñano tienen entre 30 y 50 años, la mayoría con hijos en común con sus maltratadores, «pero hay que dejar muy claro que no hay un perfil de víctima, podemos ser cualquiera de nosotras. Da igual el nivel económico, la formación... Eso sí, vemos muy pocas extranjeras. Ellas vienen a la trabajadora social para poder informarse de las ayudas a las que pueden optar, pero no se quedan a la atención psicológica aunque sean víctimas. Es una cuestión cultural».

Víctimas que no mueren

Gloria tuvo la suerte que le faltó a Catalina Méndez, una vecina de Lorca que sí fue víctima mortal de violencia machista en agosto de 2017. Después de haber estado casada durante 27 años, Catalina se separó de su marido de forma temporal. Fue el hombre que conoció después, con el que pensaba rehacer su vida, el que acabó quitándosela de un disparo para, acto seguido, suicidarse a su lado. La impotencia que sintió entonces Mateo Romera, su viudo y padre de sus tres hijos, todavía hoy no puede expresarse con palabras, aunque él lo intenta como puede: «En aquel momento me sentí culpable, porque pensaba que si no lo hubiéramos dejado, o que si ella me hubiera dicho que aquel tipo la acosaba, pues a lo mejor no le habría pasado aquello...». Esa misma frustración es la que le hace aceptar esta entrevista, «porque la violencia machista hay que pararla y tenemos que hacerlo entre todos, como sociedad. Catalina era una mujer excelente y no hay derecho a que le truncasen la vida de aquella manera, solo porque un hombre celoso y posesivo se cruzase en su camino. Con la violencia machista perdemos todos, ella la primera, pero también nuestros hijos, que se han quedado sin su madre ya para siempre. Y yo, por supuesto...», dice y baja la mirada, incapaz de terminar la frase. Ellos son las víctimas que no mueren, los que sufren las consecuencias de la pérdida, los que añoran y se acostumbran a la ausencia «injusta» de una mujer que no hizo nada malo, salvo querer dejar a su pareja. «En realidad ella solo cometió un error, y fue no pedir ayuda, no llegar a denunciarle, no contar a su entorno lo que le estaba pasando. Por eso, si sirve de algo, a mí me gustaría lanzar un mensaje a todas las mujeres que estén pasando por esa situación: que hablen, que pidan ayuda, que denuncien. Esto es cosa de todos».

A este padre se le hace un nudo en la garganta al hablar de sus hijos, un varón y dos chicas, que «están mejor, pero todavía no han superado la muerte de su madre... Yo imagino que acabarán por superarlo, porque el tiempo cura. Pero es una herida que siempre van a tener ahí». Ellos no saben que él está haciendo esta entrevista, «porque creo que no estarían de acuerdo conmigo. Yo no quiero protagonismo, ni remover la herida, solo lo hago porque creo que algo hay que hacer, que cada uno tiene que aportar su grano de arena como pueda, para que esto acabe».

 

-¿Cree que perdonará alguna vez al hombre que mató a Catalina?

-No. No creo. Aceptar lo que le pasó, sí, lo acabas aceptando. Pero perdonarlo... no creo que pueda. Me cuesta mucho.

Catalina es una de las 32 mujeres fallecidas en la Región a manos de sus parejas desde el año 1999, según estadísticas del Instituto de la Mujer. Sin embargo, el dato no da una visión global sobre el alcance de la violencia machista en la Región, que ya es la sexta comunidad en número de denuncias: han crecido de 4.872 en 2007 a un total de 7.839 en 2017. En ese mismo año, 1.061 hombres fueron condenados en la Región por algún tipo de delito de violencia contra la mujer. Los juzgados han aprobado 6.600 órdenes de alejamiento entre 2008 y 2016. Las mujeres o sus familiares han hecho 154 llamadas al teléfono de asistencia 016 en el último año. Un total de 36 dispositivos telemáticos de seguimiento seguían activos en septiembre de este año. Hasta ese mimo mes, 94 han sido las niñas de entre 14 y 17 años víctimas por violencia machista.

Credibilidad judicial

Esas son las cifras recopiladas, pero otras muchas mujeres continúan su calvario sin hablar. Tal como hacía Elena, que acepta participar en este reportaje con un nombre ficticio y otras muchas condiciones, para evitar que su maltratador la reconozca. Tres décadas de palizas en silencio fueron suficientes para ella, hasta que un día «salí corriendo de mi casa sin pensarlo. Corriendo de forma literal. Porque o salía, o me allí me quedaba», dice de forma metafórica, sin querer ponerse la muerte entre los labios, por si acaso. Ella tardó mucho en reconocerse como una víctima de violencia machista, «y aún cuando supe qué me estaba pasando, tardé otro año en actuar. Porque cuando estás así, parece más fácil quedarte ahí metida, antes que enfrentarte a todo lo que tienes que pasar. Sobre todo enfrentarte al perdón. Perdonarte a tí misma es lo más difícil, por haber consentido que eso pasara, por no haberle puesto solución antes», cuenta con la voz entrecortada. Sin embargo, una vez lo hizo, «no se me daba credibilidad ninguna por parte de la justicia, porque como aquella noche que yo salí de mi casa él no llegó a tocarme, pues era como si no hubiera pasado nada. Además yo no tenía testigos de todo lo anterior. Se me puso en duda en todo momento, hasta que, en un juicio, a él se le fue la cabeza. Y ahí sí vieron cómo era».