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Creando estilos de vida sanos

Relato íntimo de una crisis existencial

En la facultad de psicología invertimos un año completo en estudiar crisis vitales. El momento del nacimiento, la niñez, la pubertad, la adolescencia, la adultez, la vejez, la cercanía a la muerte son todos momentos en los que se debe replantear el rumbo. Sumémosle la elección académica y profesional, el matrimonio, la paternidad, etc. Cada crisis vital nos transforma. Dejamos de ser quiénes éramos y empezamos a ser alguien diferente.

Conozco perfectamente lo que se siente estar abrazado/atrapado por una crisis existencial. He atravesado varias. Y no voy a culpar a nadie por ello -en su momento quizás sí lo hice-. Hoy estoy convencido que cada una de ellas no era más que una prueba a resolver. Un ejercicio. Una ecuación si quieren, en la que contaba con una que otra constante y muchas variables. Estoy también seguro que aparecerán otras. Algunas medianamente previsibles. Otras solo emergerán, quizás en el momento menos pensado. La vida es eso: un sendero en el que algunas veces observo lo que me voy a topar y en otras simplemente me tropiezo con lo inesperado. Algunas veces agradable. Otras no. Se perfectamente qué hay al final del sendero… y se que ustedes también. Algunos de ustedes quizás crean que hay un más allá. Hoy no entré a cuestionar eso.

La primera crisis realmente importante la viví a mediados de mis veintes. En términos sociales, un tipo exitoso. En términos personales, un desastre. No me gustaba prácticamente nada de lo que me sucedía. Sentía una especie de desidia, una inercia. Llegué a pensar que la vida era eso, cincuenta años más. Estuve a punto de conformarme. Al fin y al cabo, la gente a mi alrededor parecía complacida con lo que yo estaba consiguiendo. Pero algo me decía que “la vida es otra cosa“, como bien plantea un autor que solía leer. Un dolor gastrointestinal cada mañana que me dirigía al trabajo, el apoyo de la que hoy es mi esposa y bastantes sesiones de psicoanálisis me lanzaban una verdad a la cara: no era feliz, no me sentía satisfecho, no iba persiguiendo nada en particular. Fue el momento menos filosófico de mi vida. Solo sobrevivía. Sin reflexionar, sin desear, sin sentir alguna pasión.

Se el vértigo que se experimenta con la sola idea de cambiar nuestro entorno. Las opiniones de los otros cobran una importancia exagerada. El qué dirán se vuelve un yugo insoportable. ¿Y si no es el momento, y si estoy siendo malagradecido, y si estoy actuando impulsivamente? Un día, volví a ver al miedo a los ojos y me despedí. Le agradecí, ya que sabía que sus intenciones eran loables: quería evitarme el dolor y la frustración. Pero sentía mucha urgencia por superar ese insípido letargo. Me di cuenta que no estaba viviendo. Solo andaba por allí respirando y consumiendo. Decidí no observar si me esperaba una red de protección. No estaba seguro que fuera una buena decisión. Solo sabía que lo que sentía en aquellos momentos era demasiado poco interesante como para querer vivirlo el resto de mi vida. Y así fue como dejé mi antigua “vida” y empecé a construir algo más agradable, más emocionante, más apasionante. No he terminado aún. Llevo 20 años construyéndolo… construyéndome. No me urge terminar. Se que no voy a terminar. Simplemente estoy disfrutando del proceso de reconstrucción.

La vida es ahora. Debemos conocernos, realmente conocernos. Aprender a no perseguir lo que los otros desean. Luego de conocernos, debemos aprender a controlar nuestra mente. El que no controla su mente no podrá controlar su existencia. Será un títere del sistema y de las personas que lo conforman… y que se conforman. Si la vida no es una aventura, me parece un sinsentido. Quizás, como dijo el mismo pensador que cité párrafos atrás, la vida en realidad no tiene sentido… nos toca a nosotros dárselo. Y presiento que ese sentido no procede de nadie ni de nada. Es algo a buscar en nuestro interior, si nos empeñamos en superar el estado de sobrevivencia.

Ah, se me olvidaba. “Crisis” proviene del griego. Dicho término designaba un acto, el de decidir, el de elegir, el de discernir, el de resolver. Y es que la vida es eso: un acto en el que elijo… o no, permitiendo que otros elijan por mí.