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Creando estilos de vida sanos

Fui a comer peyote a Real de Catorce

En otoño de 2012 salí de mi departamento en la Ciudad de México y viajé nueve horas a través de un terreno accidentado hasta llegar al desierto de Chihuahua para obtener peyote ilegalmente.

Crecí en Connecticut y aunque había escuchado hablar sobre los alucinógenos, nunca supe de nadie que en realidad los consumiera. En ese entonces ni siquiera estaba segura de qué eran. Al igual que mayoría de los adolescentes, probé algunos sicodélicos antes de graduarme de la preparatoria. Sin embargo, el peyote era el único que aún me daba curiosidad.
Cuando mi amigo Luis mencionó que le habían contado sobre un lugar para conseguir el cactus sicodélico y tener un viaje en el desierto, no lo pensé dos veces.
El nombre científico del peyote es Lophophora williamsii. En la superficie, lo único visible del peyote es la corona. Su sabor fuerte y amargo evita que los animales la coman. Sin embargo los huicholes la utilizan como un sacramento y como una forma de producir alucinaciones durante las ceremonias religiosas. Según el doctor Jay Files, profesor de antropología jubilado en la Universidad Yeditepe, ubicada en Estambul, los huicholes creen que el cactus les ayuda a desarrollar la capacidad de sanación y de comunicación con sus dioses. De acuerdo a sus creencias, todos los seres vivientes poseen alma, por lo tanto, la planta del peyote posee un espíritu y sabiduría que compartir.

Pero, ¿por qué te hace alucinar? El doctor John Halpern, profesor auxiliar de siquiatría en la Escuela Médica de Harvard y probablemente el doctor más distinguido que realiza estudios sobre el peyote en la actualidad, dijo que el cactus "contiene mezcalina, que es un clásico alucinógeno del grupo de las feniletilaminas sicodélico".

Los doctores occidentales identificaron y estudiaron al peyote por primera vez a finales de la década de 1890. No obstante, la planta fue prohibida en EU durante la década de los 70 gracias a la Ley general para la prevención y control de abuso de sustancias de 1970 en la que se determinaba que la planta no servía para ningún propósito medicinal. Según la ley mexicana, sólo los huicholes pueden extraerla y utilizarla, es ilegal que lo haga cualquier otra persona. Aunque esta ley no ha logrado impedir que los turistas la adquieran.

Decidí no comer nada antes del peyote para tener una experiencia más intensa. Leon dijo que para tener un buen viaje, es necesario comer entre ocho y diez "botones". Me tragué 12 y sentía que ya no podía más.

Me di cuenta que ya había hecho efecto cuando escuchaba que Luis o Leon hablaban y tenía que analizar con detenimiento lo que estaban diciendo y lo que tenía que responder. Por suerte no hablamos mucho. Pero todo era mucho más intenso. Me sentía más sedienta, el desierto era más caluroso y la tierra se sentía más sólida. Estoy segura que el peyote mejoraría muchísimo una experiencia religiosa.

El doctor Halpern me dijo que el cactus "probablemente funciona de forma similar a otros alucinógenos. Se cree que afecta el receptor de serotonina llamado 5-HT2A, el cual es parcialmente agonista. Este receptor de serotonina específico tiene tres interruptores: apagado, prendido y funcionando-con-psicodélicos. Se cree que su funcionalidad es necesaria para la experiencia psicodélica. El periodo de semidesintegración de ese efecto dura entre ocho y 12 horas con una dosis completa, es decir, con 400 mg de peyote que contiene entre uno y tres porciento de mezcalina".

"Las emociones son muy fuertes cuando estás bajo el efecto del peyote", dijo el doctor Fikes. También me contó que una vez vio cómo sacrificaban un toro durante una ceremonia religiosa mientras estaba bajo el efecto del peyote y sintió que no podía respirar.

Las primeras horas parecían un sueño y no pude concentrarme en nada. Las últimas horas fueron un poco más lúcidas, aunque no podría definir el inicio, el clímax o el final de la experiencia. Al día siguiente aún sentía los efectos.

El willy de regreso a Real iba casi vacío, así que nos acostamos en el techo y contemplamos el cielo mientras nos sujetábamos con fuerza. Mi cuerpo estaba muy relajado y no tenía ganas de platicar. Sentía cómo mi piel se quemaba bajo el sol pero no le di importancia. No podía concentrarme más que unos minutos en un tema.

Odié cuando regresamos al pueblo y tuve que dejar atrás las buenas vibras que sentí en el techo de la camioneta. Intercambiamos teléfonos con Leon y nos invitó a quedarnos en su hostal cuando quisiéramos. Aunque sonaba bien, yo sabía que nunca lo volveríamos a ver.

Tras deambular por varias horas alrededor de las ruinas de Real, decidimos que era momento de regresar a la Ciudad de México. Teníamos peyote de sobra para comerlo después, pero de pronto Luis —al que se le ocurrió la idea de ir al desierto a comer peyote— comenzó a preocuparse de que nos fuera a parar la policía.

Al final me obligó a tirar por la ventana los pocos botones que nos quedaban. Experiencia religiosa o no, el peyote también te deja un poco paranoico.