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Creando estilos de vida sanos

Yo, el adicto: cómo la droga entró en mi vida

A mis veinte años abandone mis estudios de Arquitectura y mis padres, empleando la fuerza, me internaron en un centro de rehabilitación, en el que  hube de reconocer, charlando con los que ahí eran tratados, que las adicciones en general son un intento por huir de la realidad: ahí me  encontré con el joven que comenzó a drogarse porque  fracaso en los estudios; el adulto que fracasó profesional o familiarmente  recurriendo al alcohol; al inadaptado social; aquel con gran inmadurez afectiva; el aburrido de sí mismo porque lo había tenido todo sin esfuerzo…

Todos adictos a algo que no cambio en nada su suerte, con el agravamiento de que cuanto mayor fue su adicción, menos fuerzas tuvieron para aceptar que estaban cometiendo un error… como yo.

Pensaba que ese error era lo único que compartía con ellos ya que consideraba que no había caído en la adicción huyendo de  mi realidad, pues nací en una familia de valores cristianos y amorosos padres, había sido destacado deportista y estudiante, con un brillante  porvenir.

Se lo comente a una psicóloga, quien me argumento que tras la conducta adictiva puede haber una tendencia genética o  circunstancias familiares y sociales más o menos duras o propicias, pero que al margen de todo ello,  definitivamente su causa más profunda es una vida sin objetivos e ilusiones, que crean un gran vacío.

Una causa por la que se tira al cesto de la basura, la libertad humana.

Lo del mal uso de la libertad lo acepte, pero… yo… ¿sin objetivos ni ilusiones? ¿Un vacío en mi vida? No me quedaba claro.

Luego en posterior entrevista le conté que la primera vez probé la droga por curiosidad, fue cuando me ofrecieron una dosis gratis.

¿Cuándo’ ¿Dónde? ¿Por qué? fueron sus preguntas inmediatas y mis respuestas llevaron a identificar mis tres grandes errores, como eslabones que inician una cadena que ata y  da al traste con la vida de tanta gente.  

Primer eslabón:

El mal uso del tiempo libre. Suele entenderse en términos de no hacer absolutamente nada o moverse solo en búsqueda de lo placentero, lo que crea una pasividad espiritual que es donde se instala ese “vacío interior”. Un tiempo peligroso que carece así de sentido.

Un vacío interior que igualmente se refleja en otras adicciones no reconocidas o admitidas como:

El uso del celular, el internet, la pornografía, el sexo, la comida, las diversiones trepidantes, el consumo, la violencia, el activismo etc., etc.

Segundo eslabón:

Asociar la diversión, el descanso o la convivencia al consumo del alcohol: Un rato de silencio, de sosiego, para expandir mi libertad interior.

Cómo la iba  a escuchar, si acudía a estrepitosos lugares hasta altas horas  de la noche, donde abusaba de los límites de mi libertad divirtiéndome y persiguiendo cosas que estaban fuera de la misma. Fue cuando el exceso del consumo del alcohol abrió las puertas a la droga.

Tercer eslabón:

El no entender el verdadero “para que” de la libertad: 

Una sociedad que fabrica sueños inalcanzables haciéndonos creer que lo que limita nuestra libertad son las normas impuestas por la sociedad, las obligaciones de todo tipo que los demás hacen recaer sobre nosotros, tal o cual limitación que disminuye nuestras posibilidades físicas, nuestra salud, etc.

Una libertad así entendida, se convierte  entonces en un sueño al que  solo se puede acceder virtualmente o a través de las drogas.

Fueron largas sesiones de charlas, caminatas por  jardines interiores y visitas a una terraza,  para ver caer el sol en espera de recuperar la libertad.

Esa  libertad que debo ahora buscar.

Tengo meses limpio y sé que mi libertad quedo mal comprometida después del proceso de desintoxicación,  la terapia psicológica y  demás apoyos para la reinserción en la vida. No canto victoria, pues toque fondo, pero es mucho lo que puedo rescatar y vale la pena dar la batalla.

Para eso he solicitado ayuda especializada que me ayude a poner en el centro de mi vida los auténticos valores, que den sentido a mi vida y no volver al vacío.