“Cambiaba sexo por cristal, o por dónde dormir”
Me enganchó en el cristal (metanfetamina) el que era mi esposo. Apenas tenía 17 años y él acababa de cumplir la mayoría de edad. Todas las noches se ponía loco: deliraba, se jalaba el cabello y miraba a través de la ventana del baño, donde fumaba para que el humo no lo respirara nuestro bebé de un mes. Se quedaba viendo por la ventanita de arriba del escusado esperando que de la oscuridad apareciera alguien. Así era todas las noches que fumaba solo, aunque él prefería que lo visitaran para tener con quien drogarse y platicar. Cuando no tenía compañía, se molestaba y me despertaba para que yo también fumara. Como le decía que no, me golpeaba.
“Ya no quiero que me siga pegando”, pensé una noche. Ya me había provocado un aborto de un chingazo en el estómago, por eso acepté fumar una noche. Sentí un poco de susto pero me gustó que se me quitara el sueño y el cansancio de siempre estar cuidando al bebé. Nos comenzamos a llevar mejor porque nos quedábamos despiertos toda la madrugada fumando y platicando de cualquier cosa, lo malo fue que ya no le ponía mucha atención a mi hija por pasármela todo el día en el baño.
Este es mi segundo anexo. Me trajeron en la voladora. Una noche que ya no encontraba la puerta de salida, enfadada de prostituirme por una dosis o por no tener donde dormir, me arranqué a casa de mi mamá. Caminé una hora de madrugada y llegué cuando se estaba yendo a trabajar. Abrió la puerta y me vio toda mugrosa, sin comer ni dormir por varios días, sólo alimentada con agua de la llave. Me abrazó y me dijo: “Métete a dormir, faltaré a trabajar y te cocinaré el desayuno”. Pero por dentro yo pensaba: “Va a valer verga este pedo”. Siempre que iba a su casa sólo me bañaba, comía y me largaba porque si me quedaba dormida corría el riesgo de que le hablara a los del centro [de rehabilitación]. Dicho y hecho: me quedé dormida y como a las tres horas abrí los ojos y vi a cuatro cazafantasmas (llamados así porque visten de blanco y manejan una camioneta del centro de rehabilitación del mismo color) junto a la cama mirándome: “Ya sé quiénes son”, les dije, “me levantaré sola, no me toquen”. Me puse de pie, caminé a la salida y le pedí a mi mamá los cigarros que me había comprado. “Todo saldrá bien hija”, fue lo único que escuché.
Tengo aquí en el centro de rehabilitación cinco meses. Me siento súper jodida. Ya son 10 años de adicción, de alucinar que en mi cabeza vive un gusano que camina bajo el cuero cabelludo y de tomarme selfies esperando retratar al animal. Mi cabello es otra historia, ya no me crece y los dientes se me caen porque el cristal tiene muchos ácidos que descalcifican y sacan caries; además, entre los cristaleros, es común que alucinemos que tenemos comida metida en las muelas y por eso las picamos con una aguja hasta que las terminamos rompiendo