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Creando estilos de vida sanos

“Esto mata lentamente”, dice adicta al crack

A los 20 años me hice adicta al crack. Me había sido fácil dejarlo todo: la marihuana, la cocaína y el alcohol, menos la piedra. Esa adicción regresó luego de un fracaso amoroso. Recaí y esa recaída fue peor, si la primera vez consumía 40 veces, ahora lo hago el doble.

Me drogué durante cinco años seguidos. Después me casé y seguí haciéndolo; mi esposo también consume, si un día dejábamos la droga lo haríamos ambos y si no, los dos íbamos a morir por esto. Al final, la droga solo me jodió a mí. Él consume frente al viejo condominio al que cede cualquier adicto: la Tutunichapa. Ambos somos de ahí. A mí me han sacado a pistolazos cuando me he pasado de drogadicta. A él, como es distribuidor, le tienen respeto.

En ese lugar sirve mucho ser un poco bonita, cualquiera me daba tres o cinco dólares y eso despierta envidia. Ahí pasaba drogada todo el día y toda la noche. La Tutunichapa es la raíz de toda la distribución de droga en el país; llegan licenciados, doctores. Algunos de ellos venden teléfonos nuevos por un poco de droga. Unas siete piedras. Otros llegan igual de desesperados, pero ya traen el dinero.

Yo hacía mi trabajo también; me daban 10 o 20 dólares y les compraba cinco piedras. Cada piedra vale un dólar y el vuelto me lo quedaba, pero como ellos agradecen que les lleves droga, me recompensaban: “Tomá porque fuiste a comprar” y así me ganaba cinco dólares más a parte del vuelto. A eso llamo yo ser lista, por eso caía mal. Otros no. Otros cuando yo era la necesitada querían aprovecharse. En una ocasión un tipo me dijo:

-Mirá, vos me gustás, estás bien bonita.

-¡Ah! Gracias, vos -le respondí-.

-Te doy cinco piedras si… -solo me lo insinuó porque tengo marido-.

-¡CINCO! ¡Nombre, vos! Dame 20 le respondí-.

Yo me metía 35 piedras durante el día y en la madrugada otra cantidad que no recuerdo. Los últimos días me tenían miedo, decían que cuando me drogaba, me levantaba y le hacía como si quisiera expulsar una flema. El efecto viene de inmediato y de repente ya tienes poderes, encuentras dinero tirado en el suelo, yo solo lo pensaba y lo hallaba. También podía dominar a las personas que quisiera.

Vi la muerte de cerca varias veces. Mi madre decidió traerme a un centro de rehabilitación para drogadictos y estoy aquí desde hace 20 días, pero en cualquier momento puedo irme si quiero. No te obligan a quedarte y varias mujeres se han marchado ya.

Lo primero ha sido desintoxicarme. Esto mata lentamente porque la sangre pide droga a pesar de los fármacos que tomes para no sentir las ansias de consumo. Si huyera pagaría el precio de la droga con mi vida porque nada me queda ya. No tengo amigos ni esposo. Solo mi madre que no se ha olvidado de mí y un viejito que quiere conmigo y al que solo aguanto porque le ayuda a mi mamá económicamente.

A veces siento rencor contra mi mamá. Siempre ha dependido de los hombres y yo le aprendí desde pequeña. Pienso que no fueron las juntas las que me hicieron drogadicta sino esos dolores de la vida que uno solo busca olvidar con las drogas.

Mi padre me abandonó a los siete años. Tenía solo unos días de haberse ido cuando mi madre llevó un desconocido a casa y, en un santiamén ya tenía otro padre. Esa noche ha sido la peor de las noches que tuve y tendré.

Pasé de ser una niña poco feliz a convertirme en el deseo sexual de un hombre que vivía en mi casa. Un asqueroso. Un enfermo que cada vez que quería intimidarme arrollaba las cortinas de mi cuarto y clavaba sus ojos en mi cuerpo. Fingía ser un despistado si veía a mi madre cerca si no la veía entraba y me tocaba los senos. Han pasado 14 años y todavía pienso: ¡No puede ser que no lo haya superado! y lloro. La droga me ayudó a liberarme un tiempo. El problema es que después la necesitas solo para sentirte normal y eso te mata lentamente.