Dulce Sabor a Muerte, testimonio de un «adicto al azúcar»
“Cada vez que mi boca la probaba, el cuerpo respondía inmediatamente sintiéndome feliz, de buenas, era algo que necesitaba todos los días, aún lo sigo necesitando hoy en día…”, son las palabras de Roberto, quien a sus 43 años se enteró de su condición de adicto.
Él simplemente no lo podía creer, le parecía imposible. El reporte médico llega después de que su organismo no pudo continuar con su estilo de vida; no fueron el vino o el tabaco los que desgastaron sus días, era algo mucho más simple, de sabor agradable, con lo que convivimos todos los días y que cada año mata a más de 120 mil personas en el mundo, 24 mil solamente en México en el último año según datos de la Secretaría de Salud, su nombre: el azúcar.
Roberto, un hombre moreno, amante de su familia y las aves, tenía una vida común hasta que un par de palabras impresas en un reporte médico cimbraron sus entrañas: deceso inminente.
“La noche me arropa” dice Roberto. “Despierto físicamente pero mi mente aún duerme, la boca seca me pide algo para beber. Como cada mañana a las 4:55, me levanto y prendo la cafetera, comienzo la rutina extasiado por el olor del café, mi cuerpo sabe que su combustible está por llegar…” explica Roberto.
Pero esa mañana, la percepción fue diferente:
Los primero avisos no tardaron en aparecer: “Desperté una mañana a principios de enero de 2016 y desde ese instante sentí que algo no iba bien, tenia la boca más seca y el brazo derecho me hormigueaba, pensé en quedarme en casa pero salí a trabajar” indica Roberto. Los síntomas comenzaron a notarse pero él no le tomó importancia. “A lo largo del día me fui sintiendo peor y fue alrededor de las 2 de la tarde cuando ya no pude más y un compañero me llevó al hospital”, explica Roberto.
Cuando llegó al hospital y tomaron sus signos vitales, Roberto fue ingresado a una sala de operaciones donde lo intervinieron quirúrgicamente, su vesícula no resistió más y tuvo que ser removida. La dieta diaria de café, pan de dulce, pasteles y refresco tuvo el desenlace esperado.
Después de unos días, pudo recuperarse y regresar a casa. Pero su vida ya no sería igual, tendría que acudir regularmente con su médico.
En la primer visita después de su hospitalización a finales de enero, mientras recogía sus estudios la vida le tenía una sorpresa. El frio recorrería su cuerpo, no por la temperatura sino por lo que estaba a punto de escuchar.
“Entré al consultorio y el doctor me recibió con un semblante frío porque las noticias no eran buenas”, dice Roberto. “Me dio los resultados y al mirar las cifras, dejé de escuchar, los números en rojo inundaban la página y sólo hasta que mis ojos leen la frase ‘deceso inminente’ es que la conciencia y los sentidos me regresan al cuerpo.”
En ese momento, Roberto sintió que las decenas de diplomas colgando en aquellas paredes se le venían encima. Las cifras mostraban niveles altísimos de glucosa y triglicéridos; su consumo dulce, constante y prolongado empezaba a provocar daño renal así como en nervios y ojos.
El dulce, eso que le daba alegría por los últimos 20 años, desencadenó problemas de salud.
Al recibir los resultados los cambios no tardaron en llegar, más provocados por el miedo que por una decisión propia. “Nunca lo había tomado con seriedad, pensaba que mi alimentación no era tan mala así que no le di mucha importancia a lo que me llevaba a la boca. Todas las mañanas me esperaba un americano, luego un capuchino, con un pan, con chocolate, al medio día galletas, refresco con la comida, de postre cada tarde tenía otro capuchino y una rebanada de pastel…” comenta Roberto.
El primer paso fue analizar sus hábitos de alimentación. Fue ahí cuando se dio cuenta que tenía una adicción al azúcar.
Al principio le pareció imposible de creer, sin embargo, al investigar y obtener más información al respecto no tuvo más que aceptar la realidad.
“Cuando fui al nutriólogo y le expliqué mi situación, comenzó a explicarme que, aunque aún no se formalizaba el término ‘adicto al azúcar’, sí se habían documentado casos…” dice Roberto.
Roberto tuvo que aprender un nuevo lenguaje acerca del consumo del azúcar: “abrí los ojos y fue horrible lo que vi”, dice. “Dejar de comer azúcar ha sido lo más difícil que he hecho en la vida, no te imaginas lo que es esto…” explica Roberto, “el azúcar formaba parte de mi vida, al principio fue muy complicado, sufrí mucho, pero poco a poco mi cuerpo se fue desintoxicando y me fui sintiendo mejor.”