"Casi habitual".
Toda mi vida he tenido problemas de autoestima; o mejor dicho, una ausencia casi total de la misma. La depresión también ha sido casi habitual, y he estado tomando medicación desde hace décadas. Pero todo empeoró en los últimos años, a raíz de una serie de sucesos que me dejaron huella. A una serie de tragedias familiares se sumó la pérdida de empleo fijo. Resultado: me instalé en la depresión y la tristeza, de una forma destructiva. No quería relacionarme con nadie, no quería hacer nada, no quería salir. Mi “concha” eran los pensamientos dañinos, eran mi rutina, algo cómodo y conocido. El resultado es que me abandoné por completo, tanto en sentido mental como también en el físico. Llegué a pesar 156 kilos. Tomaba cuatro antidepresivos al día, y ni siquiera así experimentaba mejoría. Mis amigos, los pocos que aún me quedaban, se preocupaban por mí. Dos de ellos me hablaban del bien que les había hecho acudir a una psicóloga. La idea no me pareció mal, pero como yo mismo era mi propio peor enemigo, lo fui postergando.
Pero un día decidí dar el primer paso. Busqué psicólogos en Vallecas, y me decidí por buscar ayuda. Conocí a mi psicóloga. En la primera cita le expuse mi situación y mis problemas, y ella me trató con absoluto respeto, planteándome su enfoque, constatando que sufría una grave depresión, pero hablándome siempre con naturalidad y de forma clara. Pero he de ser honesto: yo iba con reticencia; mi cerebro generaba una sensación de rechazo a la idea de “ponerme en marcha”, de intentar cambiar las cosas. Algo en mi interior empezó a generarme dudas, a rechazar la idea de ir a terapia: me decía que debía ahorrarme ese dinero (a pesar de ser una cantidad de lo más asequible, y que sobre todo era en mi beneficio); para gastármelo en tonterías. Y así permanecer en la seguridad de mi “concha” de depresión. Porque era lo que había conocido en los últimos años.
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