Obreras y feministas: las últimas cigarreras de Lavapiés
Sentadas sobre taburetes, las operarias rasgaban con cuchillas los fardos de tabaco caliente que, al abrirse, liberaban un vapor espeso y plateado. El humo se restregaba contra las paredes mientras ellas agarraban las manillas de hoja candente para separarlas del mazo y batirlas después. El polvo de la picadura volaba hasta el techo; hería pituitarias, escocía los ojos. Escupideras en cada esquina. Para protegerse, las mujeres cubrían su cara como forajidos en un western. Bochorno.
Así evoca María Antonia Montiel la Tabacalera de la calle Embajadores que conoció en 1974, cuando entró allí por vez primera. Llevaba trabajando desde los 14 años y se incorporó a esta fábrica con la mayoría de edad recién cumplida. “Al llegar, pensé que no podría soportarlo. Las cigarreras caían redondas por las altas temperaturas y la falta de ventilación”, recuerda. Y agrega: “Aquello parecía un túnel en el tiempo”.
|