Creando estilos de vida sanos

De esclavo del juego a dueƱo de mi vida

Todo empezó cuando tenía como 13 años. Me regalaron una consola y comencé jugando una o dos horas al día. Nada fuera de lo común. Pero con el tiempo, jugar se convirtió en lo único que me daba satisfacción. Lo que antes era un pasatiempo se volvió una necesidad.

A los 19, dejé la universidad sin decírselo a mis papás. Me encerraba en mi cuarto y jugaba casi todo el día, especialmente juegos en línea. Me dormía a las 5 o 6 de la mañana y me levantaba al mediodía solo para seguir jugando. No comía bien, no hablaba con nadie. Mis amigos dejaron de buscarme. No me importaba. Lo único que me interesaba era subir de nivel, ganar partidas, y escapar de mi realidad.

Empecé a mentir para conseguir dinero y pagar suscripciones o mejoras dentro del juego. Una vez incluso vendí una guitarra que tenía desde niño para comprar un nuevo control. Me sentía vacío, pero seguía jugando como si eso fuera a arreglar algo.

Un día mi mamá entró a mi cuarto llorando, me encontró en el mismo lugar, sin bañarme, con la ventana tapada, la luz apagada, y una pila de latas de refresco al lado. Me dijo: ‘Mario, no te reconozco’. Esa frase me marcó. Me di cuenta de que había perdido el control.

Fue duro, pero acepté ir a terapia. Empecé a entender qué estaba tapando con los videojuegos: ansiedad, miedo al fracaso, baja autoestima. También me uní a un grupo de apoyo para personas con adicción a los videojuegos. No fue fácil. Recaí varias veces. Pero poco a poco comencé a recuperar rutinas, a salir al mundo real, a reencontrarme con mi familia.

Hoy tengo un trabajo estable y estoy terminando una carrera técnica. Sigo jugando, pero de forma limitada y consciente. Ahora tengo un reloj con alarma que me recuerda que hay vida más allá de la pantalla.

Si estás leyendo esto y sientes que estás perdiendo el control, pide ayuda. No estás solo. Se puede salir, pero necesitas dar el primer paso.