Creando estilos de vida sanos

VivĂ­a para entrenar, pero me estaba destruyendo por dentro

Todo empezó cuando tenía 17 años. Estaba en la preparatoria y me sentía invisible. Siempre fui delgado, y aunque no sufrí acoso directo, sentía que no encajaba. Un amigo me invitó al gimnasio y descubrí que con cada músculo que crecía, también crecía una sensación de control. Me hacía sentir fuerte, valioso, aceptado. Pero no lo vi venir: me volví adicto."

"Empecé entrenando tres veces por semana, pero en pocos meses ya lo hacía todos los días, a veces dos veces al día. Si no iba, me sentía culpable, ansioso, incluso enojado. Dejé de salir con mis amigos porque interrumpía mi rutina. Mi alimentación se volvió estricta: solo comía pollo, arroz y claras de huevo. Me pesaba y medía los músculos todos los días, y aunque estaba más fuerte que nunca, yo seguía viéndome débil."

"A los 20 años empecé a tomar anabólicos. Me decían que era peligroso, pero yo solo quería avanzar más rápido. Tenía acné severo, cambios de humor, me sentía cansado pero seguía. Mi familia empezó a notar que algo no andaba bien. Me confrontaron, pero yo me negaba a aceptar que había un problema. Fue hasta que me desmayé en el gimnasio por una baja de presión que acepté ayuda."

"Empecé terapia psicológica. Al principio fue muy duro reconocer que mi valor no dependía de mis músculos. Con el tiempo aprendí a ver mi cuerpo con más compasión. Aún hago ejercicio, pero ahora lo hago por salud, no por obsesión. Me rodeo de personas que valoran quién soy, no cómo me veo. Compartir esto me ayuda a cerrar una etapa, y si alguien que lee esto se siente identificado, quiero decirle que se puede salir. No estás solo, y tu bienestar vale más que cualquier imagen en el espejo.