Esteban, 22 años Casos de ludopatia
Al principio, era divertido. Metíamos unas monedas, veíamos las luces, escuchábamos los sonidos. Ganabas un poco, perdías un poco, pero siempre parecía que la próxima vez podrías ganar más. Y entonces, sin darte cuenta, empiezas a ir solo. Ya no necesitas que los amigos te acompañen; ya tienes un nuevo compañero: la adrenalina.
Las cosas empezaron a ponerse feas cuando perdí mi primer trabajo por ir a jugar en horas laborales. «No pasa nada», pensé, «encontraré otro». Pero el problema no era el trabajo; era lo que venía después. Las deudas. Al principio, le pedí dinero prestado a amigos con la promesa de devolverlo rápido. Luego fue a mi familia. Siempre con la promesa de que sería la última vez.
La verdad es que nunca lo fue. Cada vez que perdía, pensaba que solo necesitaba una racha de suerte para solucionarlo todo. Pero esa racha nunca llegaba. Lo que sí llegaba era la culpa, el miedo, la ansiedad. Dejar de jugar no era una opción; era la única manera en que sabía lidiar con esos sentimientos. Un círculo vicioso.
Lo peor no fue el dinero perdido, sino cómo cambié. Mentía constantemente, me aislé de todos los que me importaban, me convertí en alguien que no reconocía. Mi familia, que siempre había estado ahí, empezó a darse por vencida después de tantas promesas rotas.
El punto de inflexión fue una noche, solo en mi habitación, mirando un montón de facturas impagadas y mensajes de texto de amigos y familiares a los que había ignorado. Tenía 22 años y nada que mostrar por ellos, excepto una montaña de deudas y un montón de relaciones rotas.
Fue entonces cuando me di cuenta de que necesitaba ayuda. No solo para dejar de jugar, sino para arreglar mi vida. Admitir que tenía un problema fue lo más difícil que he hecho, pero también lo más liberador.
Ahora estoy en recuperación. No es fácil, y hay días en los que la tentación de volver a jugar es abrumadora. Pero también hay días buenos, días en los que puedo mirar hacia atrás y ver cuánto he avanzado. Estoy reconstruyendo mis relaciones, trabajando para saldar mis deudas y, lo más importante, aprendiendo a vivir sin depender del juego.
Si estás pasando por algo similar, quiero que sepas que no estás solo. Pedir ayuda es el primer paso hacia una vida mejor. No va a ser fácil, pero te prometo que vale la pena.