Brooke Feldman
Brooke Feldman, de 37 años, fungió como oradora estudiantil cuando se graduó en mayo de la Universidad de Pensilvania con una licenciatura en trabajo social. No obstante, ese no era el tipo de futuro que imaginó de niña. Su padre, su madrastra y algunas instituciones fueron quienes la criaron; vio a su madre, que era adicta a la heroína, por última vez cuando tenía 4 años. Una sensación de abandono la acechaba. “Crecí creyendo que la adicción era una elección y sintiéndome muy confundida sobre por qué mi madre prefería consumir drogas que estar conmigo y mi hermano y ser parte de nuestras vidas”, narró. A los 13 años se escapó. Cuando su padre la encontró, ella le exigió que le diera la dirección de su madre. Después de años de titubeos, admitió que había muerto recientemente por una sobredosis de heroína. “Fue como si hubiera perdido a mi madre dos veces”, comentó. Feldman se volvió suicida e insolente. Pasó su adolescencia en hospitales psiquiátricos y prisiones juveniles, a menudo bebiendo o consumiendo muchos medicamentos. A los 21 años, una novia le dio Percocet y, aunque en un principio lo consumía ocasionalmente, pronto comenzó a usarlo diariamente. Sin embargo, cuando vio que sus amigos se pasaban a la heroína, la droga que mató a su madre, decidió buscar tratamiento. “Me enorgullecía mucho de no ser como mi madre, y ese fue el límite que me impuse”, dijo. “Lo que vemos en los medios es una narrativa de las adicciones en la que se presenta a las personas blancas simplemente como víctimas de las grandes y malvadas empresas farmacéuticas. Esa no fue mi experiencia”. Dice que en 2005 encontró consuelo en el compañerismo de las reuniones de doce pasos. También empezó a trabajar en un centro comunitario de rehabilitación, que apoyaba a gente a través de varias alternativas de recuperación. “Aunque para mí y muchos otros la rehabilitación incluye la abstinencia del alcohol y otras drogas, no siempre tiene que ser así”.