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Creando estilos de vida sanos

La heroína es el diablo llamándote Hugo García, 38 años

Yo odiaba la heroína porque mi mamá fue adicta 26 años. Una batalla. Nunca se pudo aliviar, bueno, duró limpia un año cuando se fue a vivir a Estados Unidos, pero cuando la deportaron por no pagar una multa siguió inyectándose. Por eso cuando mi primo me ofreció no acepté de inmediato, hasta que recordé que estaba sin dinero y sin trabajo. Agarré el cigarro y le di una fumada grande, sentí escalofrío y vomité. “Fúmale más, vas a sentirte muy chingón, no te quedes a medias, por eso te sentiste mal, fúmale más”, pinche primo, era el diablo y tenía razón con la fumada. Desde ahí empecé meterme. Tenía 31 años, ahora tengo 38. Mi mamá murió hace 12 meses y mi primo hace ocho. Uno de los sueños que tengo es que me entra el gusano de ir por una dosis. Hablo por teléfono celular y camino hasta un lote baldío pero no llega el dealer. Me desespero hasta que veo que se acerca y me entrega dos bolsitas que me ponen muy contento. Las tengo en mis manos, puedo palparlas, sonrío, desaparecen y se nubla el cielo. Otra cosa similar que me ha pasado es que estoy cuqueando (degradación lingüística de cook: cocinar) heroína en la base de un bote de aluminio y el humo que se desprende forma un dragón que se vuelve mariposas brillantes. En inglés le dicen chasing the dragon (persiguiendo al dragón). La heroína es la mejor sensación que he sentido. Es como 50 veces más [placentero] que un orgasmo, pero también es la peor de la drogas. Por ella dejas todo. Le dicen “el beso de la muerte”. La vida de nosotros [los consumidores] está distorsionada. Consiste en levantarte de la cama por la mañana para ir a talonear (pedir dinero) y conseguir una cura, una dosis. Te la metes y pasan los días y no te bañas, ni te rasuras, te ves cadavérico y dejas de voltear a ver a las mujeres. No te bañas porque el agua helada te quita el efecto, el viaje, por eso no nos bañamos, es un desperdicio. A veces se me olvida lavar la jeringa y mi propia sangre que se quedó pegada me hace daño. Lo mismo cuando se cuelan fibras de la cobija o algodón de un trozo de calcetín que utilizo como filtro para inyectarme. Pero lo más loco son los ácaros que se cuelan en la cuchara en donde estoy cuqueando: jalo el líquido para mezclarlo con mi sangre y se van de colados cuando reporto (inyecto) a la vena, puedo sentirlos bailar adentro de las venas. Para comprar mi dosis vendo en un tianguis artículos electrónicos usados que una hermana me compra al otro lado (en la frontera de Estados Unidos). Nunca he batallado para conseguirla, batallo más con los tecatos (manera peyorativa de referirse a los heroinómanos que deambulan en la calle) de la colonia que siempre me quieren robar mis cosas. No la hago de pedo pero tengo preparada una pistola. En cuanto crucen mi cerco les dispararé.