Testimonio sado: “Me gusta el papel de sumisa”
Mi fantasía es que, siendo yo una mina imponente y avasallante, alguien sea capaz de dominarme y arrasar con todo eso. Me ratonea pensar hasta dónde puedo llegar en una entrega completa con otra persona. Encontrar una pareja que me inspire querer convertirme en su esclava. Creo que soy totamente romántica. Y ese amor romántico lo llevo a las prácticas BDSM. En ese aspecto, además, me gusta cuidar mucho la estética y soy bastante fetichista. Uso zapatos altos, mucho encaje, ropa interior negra, medias de red. Pero, a veces, me visto de nena para cumplir la fantasía de algún amo que me lo pide. Yo no requiero nada en especial. Parte de ser sumisa es no pedir. Aunque si el dominante me solicita una sugerencia respecto de algo que consensuamos realizar en la sesión, le digo qué espero que suceda o que él haga. Cuando tengo prácticas BDSM (sado), siempre lo hago en el papel de sumisa. La restricción de movimientos y de los sentidos, me produe mucha excitación. Hace poco, conocí a un chico en un evento, hablamos un par de días, consensuamos qué queríamos hacer y nos juntamos a sesionar. A la cita fui con unos borcegos de charol negro, que él me había pedido especialmente porque eran su fetiche. Me vestí con una mini de látex, medias de red, una remera negra escotada. Y por supuesto, maquillada con mucha dedicación. Apenas entramos a la habitación, todo cambió. Cada uno tomó su rol. Enseguida me ató las manos y me tapó los ojos. Yo instintivamente, hice un movimiento para soltarme y él me dijo: "Shhhh, no, no, no". No me hablaba. A lo sumo me ordenaba. Al principio, estaba sentada en un sillón. Eran juegos sensoriales los que hacía y yo tenía todos los sentidos en alerta. Escuchaba que sacaba cosas de su mochila; crujidos de bolsas de madera. Esa sensación expectante, sumada a un poquito de ansiedad por la incertidumbre, eran parte de la excitación que iba sintiendo. Me sacó la ropa interior y las medias; me tocó. Después sentí que caía sobre mi pecho cera caliente de velas, pero cuando me puso unos brochecitos en las lolas dije la palabra de seguridad ("Amarillo"): no lo estaba disfrutando. Lo mismo sucedió cuando me amordazó y yo no podía respirar bien: hice el gesto convenido y me liberó la boca. Lo primero que iba sintiendo a cada paso era dolor. Pero enseguida ese mismo dolor se transformaba en placer. Es algo muy raro. No me podía mover. El manipulaba mi cuerpo como quería: yo estaba indefensa. La sensación de entrega, debatirme en ese juego placentero, me hacía sentir como si estuviera fuera de mí. En un limbo. Era un éxtasis absoluto. Gozaba siguiéndole su juego y él se estimulaba con esa situación que compartíamos. Perdí la noción del tiempo. La sesión se me hizo muy larga por su intensidad. No hubo coito. Cuando me quitó la venda de los ojos, lo primero que vi era todos los elementos que había llevado y que estaban tirados en la cama. Fue shockeante. Me sentía cansada, agotada. Me preguntó qué había sentido, qué me había gustado o no, si había sentido la necesidad de que me hiciera algo más convencional. Le respondí que no y él se ve que tampoco sintió la necesidad de hacerlo. Me regaló un chocolate Estas prácticas no son "terminamos, te llamo un taxi" como suele ocurrir en las relaciones vainilla. Es parte del juego también que, una vez que terminás, el dominante se quede a tu lado. En ningún momento me sentí mal moralmente. Me sentiría mal si el día de mañana me caso y termino humillada sin ser un juego BDSM. Tampoco quiero violencia. Estas prácticas no tienen nada que ver con la agresión o con la violación, sino con la entrega y medir hasta dónde llego con los límites.