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  • El narcisismo como metáfora de la condición humana

07 de May del 2024

Como siempre en la obra de Fromm, el problema se origina en su intento equivocado, y prescindible, de rescatar el pensamiento de Freud de su fundamento «mecanicista» y decimonónico y comprimirlo al servicio del «realismo humanista». En la práctica, esto significa que el rigor teórico cede paso a consignas y sentimientos edificantes. Fromm advierte, al pasar, que el concepto original que Freud propone del narcisismo suponía que la libido comienza en el yo, como un «gran depósito» de amor indiferenciado a uno mismo, pero que en 1922 concluyó, por el contrario, que «hemos de reconocer que el ello es el gran depósito de la libido». Fromm, sin embargo, pasa por alto esta cuestión cuando señala que «la pregunta teórica acerca de si la libido surge originalmente en el yo o el ello no es relevante para el significado del concepto [de narcisismo] en sí». De hecho, la teoría estructural de la mente que Freud plantea en Psicología de las masas y El yo y el ello requirió de algunas modificaciones de sus concepciones anteriores, que tenían mucha relación con la teoría del narcisismo. La teoría estructural hizo que Freud abandonara la dicotomía simple entre instinto y conciencia y reconociera los elementos inconscientes del yo y el superyó, la importancia de los impulsos no sexuales (de agresión o «instinto de muerte») y la alianza entre el superyó y el ello, entre el superyó y la agresión. Tales hallazgos hicieron posible, a su vez, una comprensión del papel de las relaciones objetales en el desarrollo del narcisismo, revelándolo, en esencia, como una defensa contra los impulsos agresivos antes que como amor a uno mismo. Las precisiones teóricas en torno del narcisismo no solo son relevantes porque la idea esté expuesta a una inflación moralista, sino porque la práctica de equiparar el narcisismo con todo lo egoísta y desagradable milita en contra de la especificidad histórica. Los hombres han sido siempre egoístas, los grupos han sido siempre etnocéntricos; nada se gana con adosar a estas características una etiqueta psiquiátrica. Sin embargo, la irrupción de trastornos del carácter como la forma más prominente de patología psiquiátrica, junto con el cambio en la estructura de la personalidad que este proceso viene a reflejar, deriva de cambios muy específicos en nuestra sociedad y nuestra cultura: en la burocracia, la proliferación de imágenes, las ideologías terapéuticas, la racionalización de la vida interior, el culto al consumo y, en último término, los cambios en la vida familiar y en los patrones de socialización. Todo esto se pierde de vista si el narcisismo solo se convierte en «la metáfora de la condición humana», como sucede en otra interpretación existencial y humanista: Sin and Madness: Studies on Narcissism (Pecado y locura. Estudios sobre narcisismo), de Shirley Sugerman. La negativa de los críticos recientes del narcisismo a analizar su etiología o a prestar demasiada atención al fondo creciente de textos clínicos relacionados con el tema es con toda probabilidad una decisión calculada por temor a que el énfasis en los aspectos clínicos del síndrome narcisista pueda restarle utilidad en el análisis social. Ha sido, con todo, una decisión errónea. Al ignorar la dimensión psicológica, estos autores pierden a la vez la social. No consiguen penetrar en ninguno de los rasgos de carácter asociados con el narcisismo patológico, los cuales, en modalidades menos extremas, aparecen con profusión en el diario vivir de nuestra época: esa dependencia de la calidez vicaria que otros nos brindan, mezclada con el temor a la dependencia, esa sensación de vacío interior, esa ira sin límites y reprimida y esos antojos orales insatisfechos. Ni analizan tampoco las que pueden denominarse características secundarias del narcisismo: el seudoesclarecimiento autorreferente, la seducción calculada, el humor autodegradante y ansioso. Se privan así de cualquier base sobre la cual establecer una conexión entre el tipo de personalidad narcisista y ciertos patrones característicos de la cultura contemporánea, como el miedo intenso a la vejez y la muerte, una percepción alterada del tiempo, la fascinación por los famosos, el temor a la competencia, la mengua del espíritu lúdico, las relaciones deterioradas entre hombres y mujeres. Para estos críticos, el narcisismo sigue siendo, en su extremo más vago, sinónimo de egoísmo y, en su faceta más precisa, una metáfora y nada más, que describe una condición mental en que el mundo aparece como un espejo del yo.