19 de septiembre del 2023
El uso de redes sociales es una realidad, representan un medio indispensable de socialización, gracias a e?stas muchas personas se sienten informadas, escuchadas e identificadas. Son excelentes herramientas cuando se utilizan como lo que son: herramientas. Pero antes detengámonos a reflexionar por un momento sobre el uso diario en las redes sociales: ¿Sabes cuántas horas les dedicas? ¿Es lo primero que haces por las mañanas o por las noches? ¿Cuántas veces has prometido dormirte más temprano? ¿Cuántas oportunidades valiosas se te escapan por estar pendiente de otro que no está? en ese momento? ¿Cuántas veces pides que te repitan algo por falta de atención? ¿Has incumplido tus deberes por no querer soltar el aparatito? ¡Nos pasa muy seguido!
Parecen situaciones de poca relevancia, pero de cierto modo van moldeando el ritmo de nuestras actividades, ya sean las más básicas como dormir, descansar o más complejas como el trabajo y el cultivo de las relaciones interpersonales. Lo que más preocupa es que están supliendo un elemento vital en la vida de cualquier persona: el encuentro. Saber escuchar, expresar emociones, ser asertivos, empáticos, salir de uno mismo (entre otras) son características fundamentales que preparan el terreno para conectar con otros.
Principalmente, nos habla de una sociedad desvinculada, y es irónico porque por un lado estamos hiperconectados, dando visibilidad a muchas problemáticas sociales, ambientales y éticas, pero por otro, nos vamos desconectando cuando nuestra respuesta en redes se reduce a dejar un comentario o dar un like. Lo anterior nos exime de la responsabilidad de actuar. Es decir, hemos intercambiado el activismo real por uno virtual, nos quejamos mucho, pero hacemos poco.
Las redes sociales permiten a muchas personas ponerse máscaras, o desarrollar diferentes actitudes que tal vez no representan una versión completa de quienes somos. Un ejemplo que seguro la mayoría ha experimentado en redes es cuando publicamos sobre algún tema controversial, o cuando queremos defender o compartir nuestro punto de vista. El estar detrás de una pantalla, nos permite sentirnos protegidos, seguros y por lo tanto provoca cierta valentía y empoderamiento, pero ¿Qué sucede si desvirtualizamos esas interacciones? ¿Si tuviéramos a esas personas frente a nosotros? ¿Tendríamos la misma actitud?
Tener conversaciones cara a cara supone virtud, respeto, conocimiento del otro. Pero nos da miedo, optamos por decir las cosas por mensaje o con una foto. Por qué no arriesgarnos a decir “Te quiero”, “Perdón”, “No estoy de acuerdo, pero quiero escucharte”. Pienso que el descubrir qué nos está diciendo la adicción a las redes sociales, es a poner atención en lo importante, a lo duradero en nuestra vida. Es decir, tener esas conversaciones incómodas pero muy necesarias, a invertir tiempo en nuestra mejora personal: el cuidado de la salud, al estudio, el trabajo, al cultivo de virtudes. Establecer como prioridad a las personas que amamos, fomentando encuentro reales, no solo virtuales. Sin condenar los anteriores porque también forman parte de lo que nos ha tocado vivir, pero no podemos limitarnos a ellos, sino salir al encuentro.
Tomar el camino fácil (un mensaje sin más, un like, un comentario) nos desvincula, nos adormece. ¿Qué queda en nuestras manos? Elegir el camino de la verdadera libertad, ser responsable de nuestra vida, haciendo frente a nuestras decisiones, conquistando la madurez personal a través de las virtudes. En concreto, poniendo los medios necesarios para transformar la vida personal, familiar y de comunidad, pues aquí nos jugamos nuestra felicidad y con ésta la de los demás.