15 de septiembre del 2023
La maduración de la revolución sexual nacida en la década de 1970 flexibilizó muchas normas sociales.
En la actualidad, crece la aceptación del sexo prematrimonial, el divorcio, la homosexualidad e incluso prácticas más controvertidas, como el poliamor -tener más de una relación de manera simultánea- o el intercambio de parejas.
A pesar de todo ello, muchos investigadores sugieren que tenemos menos relaciones sexuales que hace unas décadas.
En marzo los investigadores estadounidenses Jean Twenge, Ryne Sherman y Brooke Wells publicaron un artículo en la revista académica de sexología Archives of Sexual Behavior en el que demostraban que, de media, los estadounidenses practicaban sexo nueve veces menos a principios de la década de 2010 que a finales de la de 1990.
Según la investigación, en un lapso de poco más de 10 años pasaron de tener un promedio de 62 relaciones sexuales por año a 53, lo que supuso un descenso del 15%.
A pesar de que este deterioro de la actividad sexual no estuvo influido por factores como el género, la raza, los niveles educacionales o la posición social, aunque las relaciones matrimoniales sí experimentaron una mayor caída a principios de la presente década.
Pero parece que el fenómeno es global.
En 2013, la Encuesta Nacional de Actitudes Sexuales y Estilos de vida (Natsal, por sus siglas en inglés) encontró que los británicos con edades comprendidas entre los 16 y los 44 años practican sexo menos de 5 veces al mes en promedio.
Este dato supuso una caída con respecto a la última encuesta, realizada en el año 2000. En ese entonces el promedio era de 6,2 veces al mes en el caso de los hombres y de 6,3 para las mujeres.
Otro estudio realizado en Australia en 2014 aseguró que las personas implicadas en una relación heterosexual practican sexo 1,4 veces por semana (1,8 en 2004), mientras que en Japón datos publicados recientemente revelan que el 46% de las mujeres y el 25% de los hombres con edades comprendidas entre 16 y 25 años "desprecian" el contacto sexual.
Viendo este tipo de resultados surge la siguiente pregunta: ¿qué cambió?
El porno y las redes sociales tienen la culpa
Lo más sencillo es echarle la culpa a la tecnología. Los principales acusados son la pornografía en internet y las redes sociales.
En este sentido, muchos investigadores enfocan sus estudios en el aumento de la pornografía online y en su potencial adictivo.
De hecho, hay quienes han llegado a calificar la "adicción al sexo en internet" como un desorden psiquiátrico o una enfermedad mental.
Asimismo, especialistas en sexología reconocen que muchas personas ven en el porno un reemplazo al sexo real, algo que limita el deseo sexual en las relaciones de pareja.
La pornografía, además, está acusada de proyectar una imagen irreal del sexo, lo que provoca síntomas como la "anorexia sexual" (bajo nivel de interés sexual) o la "disfunción sexual inducida", que impide mantener relaciones íntimas con normalidad.
En 2011, una encuesta realizada a 28.000 consumidores de porno en Italia reveló que muchos de ellos visitaban páginas de este tipo de forma "excesiva".
Y es que, según el investigador Carlo Foresta, el consumo diario de porno provoca que muchas personas se acostumbren a ver escenas "muy violentas" y nada habituales en las relaciones sexuales normales.
De acuerdo con esta teoría, estas imágenes "irreales" y tan habituales en el porno dificultarían que muchos hombres logren excitarse cuando mantienen sexo con sus parejas.
Hay investigadores que, incluso, establecen un vínculo entre el porno y las relaciones matrimoniales.
En 2014, Michael Malcolm y George Naufal llevaron a cabo un estudio en Estados Unidos en el que participaron 1.500 usuarios de internet de entre 18 y 35 años.
Los resultados, publicados en la revista académica Eastern Economic Journal, revelaron una fuerte relación entre niveles de uso de internet elevados y tasas bajas de relaciones matrimoniales.
Pero la culpa no es sólo de la pornografía. Del deterioro de nuestra vida sexual también son responsables las redes sociales.
Mientras que en el pasado muchos estudios aseguraban que tener una televisión en el dormitorio reducía de forma significativa la actividad sexual, hoy en día no faltan los investigadores que señalan que interactuar en redes sociales en la cama provoca efectos similares.
Existen, sin embargo, muchas y buenas razones para cuestionar estas dos conclusiones.
Los investigadores especializados en la influencia de la pornografía en nuestra vida sexual están divididos.
A pesar de que muchos consideran que la "adicción al sexo en internet" es culpable del descenso de la actividad, otros realzan el potencial de la pornografía como acicate de la vida sexual.
En 2015, por ejemplo, un artículo publicado en la revista Sexual Medicine sostenía que visualizar porno durante al menos 40 minutos dos veces por semana estimula la libido y el deseo sexual.
Lo mismo ocurre en el caso de las redes sociales.
A pesar de que muchos dispositivos electrónicos son capaces de provocar distracción, su uso ha generado un aumento de las posibilidades para mantener sexo.
De hecho, varias investigaciones han revelado que aplicaciones como Grindr o Tinder aceleran la vida sexual de muchas personas, permitiéndolas tener sexo con otros individuos y con mayor regularidad.
Por tanto, si bien la tecnología tiene un impacto considerable en nuestra vida sexual, no es la única culpable de la reducción de la actividad.
En el mundo occidental las jornadas de trabajo son extremadamente largas. En Estados Unidos, por ejemplo, un empleado a tiempo completo trabaja 47 horas de media a la semana.
Es lógico, por tanto, que la fatiga y el estrés provocados por la actividad laboral influyan en la caída de la actividad sexual.
Pero, una vez más, no hay que precipitarse a la hora de sacar conclusiones.
En 1998, un estudio publicado por Janet Hyde, John DeLamater y Erri Hewitt en la revista Journal of Family Psychology encontró relación entre la actividad laboral y la sexual.
Según los investigadores, la satisfacción, el deseo y la vida sexual de las amas de casa no es inferior al de las mujeres que trabajan a tiempo parcial o completo.
Es más, en contraposición al resto de sus hallazgos, Twenge, Sherman y Wells encontraron una relación sólida entre una vida laboral intensa y una frecuencia sexual elevada.
Pero esto no quiere decir que el trabajo no influya en la actividad sexual. De hecho, es más un tema de calidad que de cantidad.
Tener un mal trabajo puede ser peor para la salud mental que no tener trabajo. Algo que puede extenderse a la vida sexual.
El estrés, en particular, es cada vez más visto como un indicador de la actividad y la felicidad sexual.
Hay muchas razones que justifican la influencia de la salud mental en la vida sexual.
Las sociedades occidentales en particular han sufrido una epidemia de enfermedades mentales en las últimas décadas, con especial influjo de las depresiones y los desórdenes de ansiedad.
La inseguridad laboral e inmobiliaria, el miedo al cambio climático y otros factores como la destrucción de los espacios comunes o el deterioro de la vida social influyen y provocan problemas relacionados con la salud mental.
La ciencia conecta esta epidemia con el creciente aumento de la inseguridad, muy presente en la naturaleza de la vida moderna.
En este sentido, la mayoría de investigadores coincide en que son los jóvenes los que más sufren la caída de la actividad sexual.
Un estudio de Jean Twenge, por ejemplo, concluye que los millennials (personas nacidas entre los años 1980 y 2000) tienen menos encuentros sexuales que los jóvenes de la Generación X (1960-1984) y los del Baby Boom (1946-1965).