01 de febrero del 2023
El fanatismo no es exclusivo de la política. De hecho, sus orígenes están ligados a la religión, y el deporte es presa frecuentemente de este lastre de la humanidad. En términos generales, en el fanatismo, en la medida en que se asume la preeminencia absoluta de una idea, creencia o sector sobre el resto, se busca eliminar cualquier tipo de reflexión, porque donde no existe reflexión tampoco hay contradicción ni matiz. Así, el fanatismo es el mejor camino para producir violencia, tanto discursiva (por excluyente y negadora de la diferencia) como física (ante la falta de apertura y reflexión, se impone la fuerza). Y la violencia engendra odio, que a su vez produce más violencia y crea un círculo vicioso del que es difícil salir. Como de lo que se trata es de defender a toda costa una postura, una ideología o al grupo del que se forma parte, en el fanatismo es muy frecuente encontrar la mentira, el engaño y la astucia como fundamento de sus intereses.
En la política, el fanatismo aflora especialmente en tiempos electorales. El fanático político es el que defiende a ultranza sus opiniones y se enfrenta violentamente a las otras. El fanático de una causa política la defiende hasta con su vida, sin reflexionar si la causa por la que está dispuesto al sacrificio es la que corresponde a sus intereses. Este sujeto suele ser intolerante e intransigente. Ciertamente, todos creemos que nuestras ideas son buenas y mejores que las de otros; si no, no tendría sentido sostenerlas. Pero de ello al fanatismo hay un largo trecho. La obsesionada dedicación, la adhesión exagerada, el enfrentamiento violento son ya actitudes fanáticas lejanas al comportamiento de una persona normal.