03 de diciembre del 2020
Hace unas semanas me llegó un email con el asunto: “SOY ADICTO A LA COMIDA” (así, en mayúsculas). En el email, esta persona me explicaba que había intentado numerosas terapias para perder peso, sin éxito alguno. Por ello, llegó a la conclusión de que tenía una seria adicción a la comida.
A los pocos días recibí otro email, en el que se volvía a repetir el mismo asunto, pero esta vez en femenino y en minúsculas: “Soy adicta a la comida”. En el email me comentaba que ella no creía que fuera un problema emocional, sino que sentía que era adicta y punto.
Esta semana, inicié un nuevo caso de obesidad en mi consulta de psicóloga en Barcelona, en el cual sus primeras palabras fueron: “estoy aquí porque tengo una adicción y en esto la nutricionista no puede ayudarme”.
Si bien es cierto que este tema crea cierta controversia, antes de dar respuesta sobre si se puede o no ser adicto a la comida, me gustaría hacer hincapié en otros aspectos.
En primer lugar, debemos prestar mucha atención cuando alguien nos indica que siente o cree que es adicto a la comida, pues nos está ofreciendo muchísima información sobre cómo experimenta su relación con ciertos alimentos.
En segundo lugar, es importante que entendamos que la persona se está enfrentando a una sensación de pérdida de control real ante la comida.
En tercer y último lugar, también es relevante que nos hagamos una idea del sufrimiento con el cual esta persona está experimentado dicha dificultad y de por qué puede creer que es adicta a la comida.
Así pues, debemos darle la importancia que se merece a este tipo de creencias e indagar más sobre ella. Porque cierta o no, nos ofrece una puerta hacia un camino que debemos explorar y trabajar.
Ahora, vamos a resolver la primera duda que se nos plantea:
Antes de concluir nada, empecemos a analizar las semejanzas existentes entre la ingesta compulsiva y otras adicciones clásicas relacionas con el abuso de alcohol y drogas (La superación de los atracones de comidas, Cristopher Fairburn.)
Como bien podemos observar, las personas que comen de manera compulsiva, comparten muchas características con las adictas a las drogas.
Así pues, voy a poner un ejemplo que me encuentro a menudo en consulta, que cumple los puntos mencionados anteriores:
Mujer de mediana edad que de repente siente el impulso de comer algo dulce (1), sin pensarlo se levanta del sofá y va hacia la cocina a buscar cierto alimento. Ella siente que no puede decidir si comer o no, simplemente lo hace (2).
Después de comer, vuelve al sofá y sigue pensando sin parar en el resto de alimentos dulces que tiene en su despensa, piensa tanto en ello, que no puede concentrarse ni tan siquiera para ver la televisión (3). Mientras come, siente un alivio, e incluso una desconexión total del momento presente (4).
Se vuelve a sentar en el sofá, pensando que bueno, mañana será otro día y podrá controlar dicha conducta (5), y que como no es tan importante, no necesita hablarlo con nadie, será su secreto. Además siente cierta vergüenza (6). Esta mujer cada vez coge más peso, afectándole a su salud física y emocional (siente culpa, arrepentimiento y mucho malestar), pero sigue sintiendo que no puede controlar la conducta (7).
Es lunes y piensa, “Se acabó, hoy pediré hora con la dietista y me pondré muy en serio”, otras veces, se apunta al gimnasio, creyendo que así mantendrá a raya su compulsión por la comida (8).
Pero y bien, ¿qué ocurre con las diferencias entre ingesta compulsiva y otras adicciones? Investigadores confluyen que existen tres grandes diferencias entre la ingesta compulsiva y el abuso de sustancias. (La superación de los atracones de comidas, Cristopher Fairburn.)