24 de septiembre del 2020
Tronarse, sonarse o hacer crujir los huesos es una práctica considerada por muchos especialistas como un hábito nervioso que, si bien permite descontracturar las articulaciones causando un alivio temporal, tiene importantes consecuencias en nuestros huesos a mediano y largo plazo.
Según las investigaciones más reciente entre un 25% y un 54% de las personas en el planeta desarrollan este mal hábito, especialmente los hombres. Ahora bien, las consecuencias de esta práctica comienzan a ser visibles a partir de los 40 años de edad, siendo las manos y el cuello las zonas más afectadas.
Este tipo de estiramiento brusco e inconsciente, desequilibra nuestras articulaciones, por lo que no es de extrañar que a la larga genere una serie de problemas en los cartílagos como: ruptura, desgaste, rigidez, deformación y dolor excesivo. Aunque ciertamente, la sensación que produce resulta adictiva.
Un sonido particular
Nuestro esqueleto está compuesto por una serie de articulaciones consideradas el punto de encuentro de los huesos, y estas se mantienen en su lugar gracias al llamado tejido conectivo y a los ligamentos.
Específicamente, las articulaciones llamadas diartrodias, formadas por dos huesos unidos entre sí por cartílago y encargadas de los movimiento de extensión, flexión y circular, están conectadas con las llamadas capsulas sinoviales, una especie de pequeñas bosas llenas de un líquido espeso y claro que funciona como el lubricante que evita el roce y desgaste de los huesos.
Cuando una de estas articulaciones diartrodias se estira o dobla de forma intencional, los huesos se separan bruscamente formando en ese lubricante, llamado líquido sinovial, una serie de burbujas de un gas compuesto por dióxido de carbono, oxígeno y nitrógeno, que al explotar producen ese chasquido característico.
Hasta ahora se desconoce cómo estas pequeñas cantidades de gas producen ese ruido, una respuesta similar a la que generan el movimiento brusco de los tendones en las articulaciones y el roce de los huesos con el cartílago, y que para muchos resulta en extremo desagradable e intimidante.
Hábito riesgoso
Hay quienes piensan que esta práctica es una forma de “ordenar” o “reacomodar” los huesos para que no haya tensiones, pero otros consideran que solo sirve para generar a largo plazo malformaciones óseas.
Lo cierto es que hasta ahora son pocas las investigaciones científicas en torno a las posibles consecuencias de este mal hábito, lo que sí está confirmado es que no tiene relación alguna con la aparición de artrosis, término que define el desgaste articular que produce dolor crónico y es típico de las personas mayores.
Uno de los estudios más reveladores al respecto fue el elaborado por el doctor Donald Urger, quien se usó a sí mismo como sujeto de experimento al tronarse los dedos de la mano izquierda diariamente durante 60 años.
Al alcanzar los 85 años de edad, el doctor Urger no había desarrollado la enfermedad, ni mostraba una diferencia visible entre su mano izquierda y la derecha. Las conclusiones de su investigación fueron posteriormente apoyadas por estudios similares elaborados en las universidades de Harvard y Johns Hopkins.
Pero más allá de esta confirmación, lo que sí está demostrado es que crujir las articulaciones de forma habitual puede producir distensión de los ligamentos y disminución de la fuerza prensora.
En el caso de los dedos de las manos, por ejemplo, los estudios han permitido confirmar señales de daños, como lesiones en los tejidos blandos y disminución de la fuerza para tomar alguna cosa. Y si se trata del cuello, las consecuencias podrían ser más graves como un pequeño desgarre en el revestimiento de la arteria vertebral, que con el tiempo podría causar una embolia cerebral.
En definitiva, esta práctica de hacer crujir los huesos puede considerase un atentado a nuestra articulaciones, porque aunque no implique un peligro formal, efectivamente afecta su buen funcionamiento, así que es mejor tenerlo en cuenta.
Este mal hábito, como casi cualquier otro, puede corregirse con técnicas de terapia conductual usando las dos formas básicas: positiva y negativa. La primera implica un sistema de recompensas, mientras que la segunda se basa en castigos menores u otros recordatorios para hacer que la persona sea consciente y se detenga automáticamente.
Entre mitos y certezas
Sonarse los dedos daña el cartílago que cubre las articulaciones. Esta afirmación es falsa pues no existen estudios científicos concluyentes sobre este particular.
Tronarse las articulaciones produce artritis. Otro error, pues los factores atribuidos al desarrollo de esta enfermedad son: la edad, la herencia y el trabajo manual excesivo.
Esta práctica puede hacer que tus manos se sientan más sueltas. Este es también un mito pues se trata de un alivio temporal que se perderá en cuestión de minutos.
Hacer crujir los huesos aumenta la fuerza en las manos. Lamentablemente las investigaciones confirman que este hábito producen una disminución de la fuerza tensora.