15 de septiembre del 2020
Laura estaba harta de que Manolo no dijese la verdad. Le engañaba sobre cualquier nimiedad: lo que le apetecía comer, sus películas favoritas, la hora a la que se acostaba, la hora a la que se levantaba, cuántos cubatas tomó la noche anterior...Lo hacía con una naturalidad pasmosa, parecía un profesional de la mentira, pero en realidad era un enfermo mental, un mitómano.
La mitomanía es un trastorno del comportamiento. La persona que lo padece es adicta a mentir. El psicólogo Juan Moisés de la Serna, que ha tratado a varias personas con este problema, considera que "el mitómano busca con sus engaños la aceptación de los demás. Compensar sus bajos niveles de autoestima".
Pero no cualquier embustero es un mitómano. "El mitómano no tiene un plan, no va buscando nada a medio o largo plazo más que la admiración inmediata. La clave para detectarles es descifrar la intencionalidad de sus bulos", explica de la Serna. Aún no se ha determinado con exactitud el origen de la enfermedad.
"No se ha encontrado ningún gen relacionado con la mentira, por lo tanto, no se puede decir que se nazca con ello. Aunque es cierto que existen condicionantes en la niñez que pueden facilitar su aparición, especialmente la baja autoestima", señala de la Serna.
La mentira también está ligada a varias enfermedades mentales como la demencia, el trastorno límite de la personalidad, el trastorno antisocial o el trastorno bipolar.
Según el psicólogo la mitomanía es un trastorno curable. El primer paso es convencer al paciente de que tiene un problema psicológico y que necesita someterse a terapia. "Al igual que sucede con cualquier adicción, si la persona no quiere curarse, sucederá como con el tabaco, que lo dejas durante un tiempo, y luego recaes".
De la Serna reconoce que no todos los profesionales de la salud consideran que la mitomanía tenga solución clínica. Muchos mienten en la propia terapia, haciéndose pasar por sanos, lo que dificulta trabajar con ellos. Muchos también dejan de acudir a las sesiones poniendo excusas a sus parejas o familiares como "el doctor me ha dicho que ya estoy bueno" o "me han dicho que es algo pasajero que se cura con reposo". La terapia más utilizada para este tipo de pacientes es la cognitivo-conductual.
El psicólogo nos cuenta cómo funciona. "Se utiliza para trabajar el aspecto de la autoestima, reforzándola y enseñando a la persona a valorarse tal y como es. Busca reducir el número de veces que se miente al día". Por su consulta han pasado mitómanos con circunstancias muy dispares. Pero casi todos eran traídos a la fuerza: o por sus parejas o por sus familiares. Incluso en algunos casos la persona sana llega a chantajear a su cónyuge mitómano, amenazándole con el divorcio si no asiste a terapia. "Es muy difícil que estas personas reconozcan su problema. Incluso cuando es descubierto hace todo lo posible por evadir la situación", asegura.
Así le sucedió al ciudadano estadounidense Ferdinand Demara, conocido popularmente como El gran impostor, cuando se descubrió en la década de los 50 que durante años había suplantado la personalidad de varias personas, haciéndose pasar por monje, soldado, marinero, doctor en psicología, doctor en zoología y sheriff. Un currículum interminable e impoluto para alguien que ni siquiera tenía el graduado escolar. El drama de la mitomanía reside en el círculo vicioso que se produce. "Por esa razón, suelen ser personas que acaban solas, rechazadas por familiares y amigos cansados de su comportamiento", asevera el psicólogo.
En los casos más graves, al mitómano le acaba sucediendo lo que a Don Quijote. Se cree sus mentiras, inventa un mundo alternativo donde es el héroe, todos le quieren, y aborrece el mundo real, del que se aleja más y más cada día, hasta que se hace casi imposible regresar.