15 de junio del 2020
Los niños, como muchos adultos, llevan confinados ya mes y medio, una situación excepcional como respuesta a la pandemia de la Covid-19 que podría alargarse más, hasta mayo, y que está afectando a todas las áreas clave del neurodesarrollo de la primera infancia (hasta los 7 años): desde el movimiento, a las relaciones sociales, el juego o el aprendizaje.
“El hecho de no poder estar en contacto con sus iguales, ni con sus profesores, que en esta edad son figuras de referencia importantísima; de no poder salir al parque a correr y a jugar; sumado a no entender qué pasa, al miedo, y a las condiciones que vean en casa, con padres que pueden haber perdido su trabajo o con abuelos enfermos, les genera ansiedad, frustración, estrés, que no saben elaborar porque no tienen aún las herramientas emocionales necesarias para ello”, considera Lluís Díaz, psicólogo sanitario del Centro de Salud Mental Infantil y Juvenil de Gracia (CSMIJ) gestionado por la Fundació Eulàlia Torras de Beà.
Cuanto más larga sea la cuarentena, el riesgo de que acabe teniendo un impacto en la salud psicológica de los niños a largo plazo será mayor, alertan los expertos. “Aunque no hay evidencia científica de cómo puede afectarles el confinamiento, porque es una situación nueva, se dan factores que sabemos pueden aumentar el riesgo de estrés y ansiedad”, señala Maria Elias, psicóloga clínica de la Unidad de Atención Precoz y Unidad de Autismo del Hospital Sant Joan de Déu Barcelona.
Y a esto, y con mucha precaución, Álvarez, de la UTCCB, añade que estudios previos sobre el impacto del aislamiento en pandemias previas y tras desastres naturales o grandes catástrofes, la mayoría realizados en adultos, arrojan que “hay una ratio cuatro veces más alta de estrés postraumático en niños en cuarentena que en niños que no han estado en esta situación”
Esta psicóloga, especialista en primera infancia, explica que el estrés postraumático es un trastorno psiquiátrico grave que necesita intervención medicalizada y que solo se puede diagnosticar cuatro meses después de la exposición al evento en cuestión que haya causado el impacto. Hasta llegar a ese diagnóstico, si se llega, lo que podemos padecer es estrés agudo.
“Muchas de las reacciones que estamos viendo ahora en los niños son fruto de ese estrés agudo, como desajustes emocionales, que les cueste más dormir, tics nerviosos, miedos, irritabilidad, regresiones como hacerse pis encima o no querer comer solos”, dice Álvarez, para quien es crucial que desde las familias se trabajen esos síntomas “para tratar de evitar que vayan a más. Tenemos que hacer todo lo posible para que ni ellos ni nosotros enfermemos”.
Para ello, aconsejan los expertos, hay que hablar con los hijos de los miedos que tengan, de la tristeza que sienten de no poder abrazar a sus amigos, desde la empatía, aportándoles tranquilidad y sobre todo esperanza; explicándoles que volverán a jugar con sus amigos, ir al colegio, ver a sus abuelos. También, ofrecerles actividades de descarga emocional, como espacio para correr y saltar; estructurar sus días con unas rutinas, esenciales para darles seguridad. Y, sobre todo, darles mucho afecto mediante contacto físico, besos y abrazos.
Como ocurre también con los adultos, no todos los pequeños están viviendo el confinamiento igual. La edad es un factor importante, hasta los dos años aproximadamente, si los padres están bien, los niños están bien. A partir de entonces “depende mucho del propio niño, de su capacidad de resiliencia, y también de cómo gestione la familia la angustia y la incertidumbre, de cara a aportarle un entorno seguro y estabilidad”, afirma Núria Beà, pediatra del Centro de desarrollo infantil y atención precoz (CDIAP) de Gràcia, de la Fundación Eulàlia Torras de Beà.