06 de mayo del 2020
El trino de Petro
El 9 de junio, el senador Gustavo Petro publicó un trino según el cual el azúcar es una droga más nociva que la marihuana y la cocaína. Ese trino respondía a otro de la senadora María Fernanda Cabal, en el cual criticaba la decisión de la Corte en el sentido de declarar inconstitucional la prohibición de consumir alcohol y sustancias psicoactivas en espacios públicos, establecida por el Código Nacional de Policía de 2016.
La intención de Petro es clara. La senadora Cabal es vallecaucana y es esposa de José Félix Lafaurie, quien es presidente de la Federación Colombiana de Ganaderos (Fedegan). La afirmación de Petro pone entonces en el mismo nivel a los terratenientes vallecaucanos, que han sido partidarios entusiastas de la corriente política liderada por el expresidente Álvaro Uribe, y a los jefes de los carteles de la cocaína.
Aunque los métodos de los comerciantes de azúcar sean menos brutales que los empleados por los narcotraficantes, Petro afirma que su producto produce más muertes que las drogas ilegales.
Por esa razón en trinos posteriores insistió en que el azúcar es más adictiva que la cocaína, y añadió que la diabetes y la obesidad producen más muertos que las drogas ilegales.
Lo primero que habría que decir es que la proporción de la población que consume azúcar es mucho mayor que la que usa drogas ilegales. El azúcar hace parte de la dieta de la mayoría de la población. Se estima que el consumo anual promedio de azúcar en todo el mundo es de unos 20 kilos.
En cambio, las drogas ilegales son utilizadas por mucha menos gente. El cannabis, aunque ha sido legalizado en algunas jurisdicciones, sigue siendo ilegal en la mayor parte del mundo. De acuerdo con la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, el cannabis fue consumido por menos del 4 por ciento de la población mundial en el año 2016, mientras que la cocaína fue consumida por menos del 0.4 por ciento.
Es cierto que el azúcar es nociva en los niveles que se ingiere actualmente. La Organización Mundial de la Salud confirma el aumento en el consumo de alimentos de alto contenido calórico y ricos en grasas y el descenso en la actividad física consecuente con nuestra forma de vida más sedentaria.
Esta forma de vida está detrás del sobrepeso y la obesidad que han provocado un aumento acelerado de las enfermedades cardiovasculares, la diabetes, los trastornos del aparato locomotor y algunos cánceres.
Si esto es así, ¿por qué consumimos un producto si conocemos sus efectos perjudiciales para la salud? ¿Se debe a que, como dice Petro, el azúcar es una droga adictiva, incluso más que la cocaína?
El gusto de los humanos por el azúcar puede tener una base evolutiva. La leche materna es dulce y los alimentos muy calóricos le permitieron sobrevivir a los humanos en épocas de escasez. Es posible entonces que la evolución nos hubiese impulsado a buscar y consumir nutrientes muy calóricos.
Esto no fue problema durante mucho tiempo, pues el azúcar era escasa y costosa. Incluso, a principios de la era moderna, los europeos la consideraron como una medicina potente, al igual que otros productos exóticos.
Su producción y consumo se dispararon a partir del siglo XVIII, como resultado de su maridaje con el té y el café y su uso en dulces y pasteles.
En décadas recientes, las bebidas gaseosas han provisto cantidades exageradas de azúcar a niños y adultos. Bastan unos cientos de calorías diarias de más para padecer de obesidad y sus males asociados.
Hay quienes atribuyen la popularización del azúcar a su naturaleza adictiva. Para explicar ese carácter adictivo se han empleado dos argumentos.
1.Hay alimentos que activan los mismos sistemas cerebrales que la cocaína
El primer argumento afirma que ciertos alimentos disparan un proceso adictivo en algunos individuos vulnerables que los lleva a comer de manera compulsiva. Estos alimentos activan los mismos sistemas cerebrales que son afectados por drogas como la cocaína y los opiáceos.
De acuerdo con la Escala de Adicción a los Alimentos de la Universidad de Yale, más de un 5 por ciento de la población padece de adicción a la comida. Aún no se ha establecido con certeza cuales alimentos generan estos procesos adictivos, pero es probable que los más riesgosos sean aquellos que contienen altos niveles de azúcar.
La adicción a la comida puede tener consecuencias aún peores que la adicción a las drogas. Los alimentos ultraprocesados y con elevados niveles de azúcar son baratos y más accesibles que el tabaco y el alcohol, por no decir que las drogas ilegales.
Además, mientras que existe un consenso en que debe limitarse el acceso de los menores a esas drogas, no hay una política pública que impida el consumo de azúcares por parte de los niños. La publicidad dirigida a los menores hace evidente el esfuerzo que hacen las empresas productoras de comidas rebosantes de azúcar por enganchar a sus consumidores desde la edad más tierna.
La tesis anterior considera que la adicción es un problema químico-orgánico, cuya cura debe concentrarse en impedir el acceso de los individuos a sustancias que, como el azúcar, son potencialmente adictivas.