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Te hablamos de las adicciones
  • El secreto del veneno del sapo que vino de Sonora

17 de febrero del 2020

En la primera calada las glándulas del sapo entran directamente al cerebro. Empieza el viaje cósmico. La boca se reseca y los mofletes se hinchan. Los pies flotan dentro de una borrosa burbuja, con una sensación casi orgásmica al acariciar con la punta de los dedos la húmeda hierba. Los sentidos se disparan. El cuerpo se libera. De fondo, los cánticos ícaros, propios de los chamanes indígenas, acompañan la catarsis que describió Aristóteles en su Poética: una limpieza corporal y mental.

Es lo que tiene fumar lo que popularmente se llama la molécula de Dios. La secreción disecada de las glándulas -y veneno- del Bufo alvarius, una de las 463 variedades de sapo que existen en México, endémico del desierto de Sonora, donde vive bajo tierra la mayor parte del año. Sus glándulas parótidas contienen un cóctel de alcaloides psicoactivos, sobre todo dimetiltriptamina (DMT), un compuesto natural -y alucinógeno- que induce a tener visiones. Este provoca un estado de conciencia alterada que hoy en día ayuda a unos cuantos psiquiatras a tratar depresiones y adicciones a las drogas. A otros, a los falsos curanderos, les sirve para montar un peligroso negocio aprovechándose de la vulnerabilidad de aquellos que buscan curar sus pesadillas usando irresponsablemente lo que los sabios de las tribus llaman tecnologías indígenas.

El viaje cósmico con el bufo termina a los 15 minutos. Rápido y profundo. Y no ha hecho falta ir a México ni hacer turismo chamánico para probarlo. Estos días, en una finca a las afueras de Barcelona, se hacen ceremonias al aire libre para fumar el bufo. Porque este tipo de sustancias, que ya usaban los indígenas americanos hace siglos, ahora se han puesto de moda en Europa. Tanto en el terreno científico como en el espiritual. También como medicina de moda en la new age de la comunidad terapéutica.

Las ceremonias se hacen al aire libre, frente al sol, y los asistentes suelen dejar una generosa propina (que supera los 100 euros) a su gurú, quien atiende individualmente a cada persona y facilita el veneno con un aplicador de cristal. El viaje es muy variable: de cinco a 20 minutos. Algunos lloran. Otros ríen. Y por último están quienes gritan expulsando toda la rabia acumulada.