24 de enero del 2020
Hay personas que creen que el trabajo es lo más importante. Que todo lo demás es secundario, incluso su propia familia. Pero se equivocan. Los expertos en psicología laboral señalan que los llamados workaholics "son víctimas de su propia percepción de la realidad, que se retroalimenta a través de su inconsciente adicción al trabajo". Ahora mismo, el 8% de la población activa dedica más de 12 horas al día a su profesión para huir de sus problemas personales, según un informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Muchos de ellos acaban sufriendo un infarto.
Disfrutar del trabajo y estar comprometido con la empresa es una cosa. Ser adicto a todo ello, otra bien distinta. En opinión de los expertos en psicología laboral, lo que marca la diferencia entre estas dos formas de vivir una profesión es "la manera en la que uno se siente cuando está en la oficina, así como la razón que le mueve a dedicar más horas y energía de las que debería". Las respuestas a estos interrogantes residen en el interior de cada uno, añaden estos especialistas.
Entre los síntomas que acompañan a los llamados workaholics destaca, en primer lugar, que la ocupación profesional es lo que más les importa. De hecho, en los casos más extremos, es lo único que aparentemente les satisface en sus vidas. La familia, los amigos y el deporte son secundarios e incluso terciarios.
Para justificar sus constantes ausencias, "estas personas suelen estar permanentemente conectados con su quehacer laboral, de manera que no les quede tiempo para nada más", sostiene el psicólogo Iñaki Piñuel, socio de la consultora Mobbing Research, especializada en prevención de riesgos psicosociales.
Otra característica típica de estos adictos es que "se sienten culpables cuando no están trabajando", subraya Piñuel. "El tener que regresar a sus hogares por la noche les incomoda y ya no digamos cuando se van con la familia de vacaciones", añade. Eso sí, al no poder pensar en otra cosa, suelen llevar consigo ordenadores portátiles, que les ayudan a saciar el mono. "Las horas dedicadas a descansar o a divertirse a menudo les parecen ridículas, una auténtica pérdida de tiempo", detalla Piñuel.
Y así, poco a poco, los adictos al trabajo van perdiendo todas sus relaciones sociales. "Lo que les acaba uniendo a otras personas es el mero interés profesional, que los mantiene constantemente al margen de sus verdaderos sentimientos", explica este psicólogo, profesor de la Universidad de Alcalá de Henares.
En todo este proceso, debido a que los workaholics están tan centrados en los problemas derivados de su actividad profesional, "a menudo pierden toda conciencia de lo que les sucede por dentro", señala Gonzalo Martínez de Miguel, director general del Instituto de Formación Avanzada, que cuenta con cursos especializados en desarrollo personal y profesional para trabajadores. "De forma inconsciente, anulan todo lo que sienten para que no les estorbe en su camino hacia el éxito", señala Martínez de Miguel.
Finalmente, después de varios años de padecer estrés, fatiga y ansiedad crónicas, los workaholics terminan sintiéndose separados de todo lo que les rodea, incluso de sí mismos. "Esta desconcertante sensación, sumada al deterioro de su salud, puede desencadenar en ellos un estado de profunda depresión, e incluso provocarles un ataque al corazón", afirma Martínez de Miguel. Debido al deterioro de la salud de estos trabajadores compulsivos, "las empresas que los apoyan finalmente terminan resintiéndose", concluye Martínez de Miguel. Hasta que se recuperan del todo, suelen causar baja varios meses.
Detrás de esta adicción, "la más respetada por el sistema de mercado en la que el hombre moderno se está desarrollando", se esconde un determinado tipo de personalidad, cuyo miedo más característico es el de "no tener ningún valor aparte de sus logros", explica Juan Carlos Cubeiro, director de la consultora Eurotalent, especializada en desarrollo estratégico y directivo para la mejora cualitativa de las organizaciones.
"Suelen ser personas con muy poca autoestima, que asocian el valor de una persona con su éxito profesional", sostiene Cubeiro, que ha tratado con profesionales de este tipo. Así, "se vuelven cada vez más competitivos y preocupados por la imagen que proyectan de sí mismos", añade. En este sentido, "el motor que les mueve a trabajar cada vez más es el temor de que sus proyectos profesionales fracasen y de no valer nada para los demás".
Para hacer frente a esta patología, los especialistas recomiendan a los adictos que traten de encontrar un equilibrio entre su actividad profesional y su vida personal. Pero no es nada fácil. "La primera trampa con la que se encuentran los workaholics es superar parte del condicionamiento sociocultural recibido durante su infancia y primera juventud", explica Ernesto Poveda, socio director de la consultora de Recursos Humanos ICSA.
Desde la década de los setenta hasta la actualidad, "la gran mayoría de la sociedad ha sobrevalorado el papel del trabajo en la vida de las personas", lamenta Poveda. "Con la malsana justificación de que queremos que nuestros seres queridos tengan de todo, caemos en la trampa de negarles lo más importante, nuestra propia persona, nuestra compañía y nuestro cariño", explica Poveda, que reconoce que en un momento de su vida padeció este tipo de adicción.
Pero hay salida al final del túnel. A juicio de Cubeiro, "en el momento que estas personas dejan de creer que su valía depende de la buena consideración de los demás, de los frutos cosechados por medio de su profesión, comienzan a ser más auténticos en sus actuaciones y a dejarse dirigir por las sensaciones que experimentan en su interior". Liberados, "comprenden que hay vida más allá del trabajo", concluye.