19 de diciembre del 2018
El uso, en principio, es positivo, siempre que no se dejen de lado el resto de las actividades propias de una vida normal (estudiar o trabajar, hacer deporte, practicar las aficiones, salir con los amigos o relacionarse con la familia). Otra cosa es cuando el abuso de las redes sociales provoca alejamiento de la vida real, induce ansiedad, afecta a la autoestima y hace perder capacidad de autocontrol.
Las motivaciones de las personas para tener cuenta en Twitter, Facebook o Instagram son múltiples: ser visibles ante los demás, reafirmar la identidad ante el grupo, estar conectadas a los amigos o intercambiar fotos, vídeos o música. A su vez, el WhatsApp puede facilitar el enganche porque es gratuito y a menudo no se desconecta por hábito (al mirar la hora, ya se sabe si una persona tiene avisos e incluso la entradilla de los mensajes) y porque permite controlar a los demás (si han leído el mensaje, si están en línea, a qué hora ha sido su última conexión).
Pero una cosa es el mal uso de las redes y otra la adicción. El término de adicción a las redes sociales es controvertido porque no figura como tal (de momento) en las clasificaciones psiquiátricas. Sin embargo, más allá del mal uso, se puede hablar de adicción cuando su utilización supone una pérdida de control, una absorción a nivel mental y una alteración grave en el funcionamiento diario de la persona afectada. El adicto disfruta de los beneficios de la gratificación inmediata, pero no repara en las posibles consecuencias negativas a largo plazo. Por ello, el abuso de las redes sociales puede facilitar el aislamiento, el bajo rendimiento, el desinterés por otros temas e incluso los cambios de conducta (por ejemplo, la irritabilidad), así como el sedentarismo o las alteraciones del sueño.
Fuente:https://elpais.com/tecnologia/2018/04/06/actualidad/1523003059_867092.html