13 de diciembre del 2018
Aunque muchas personas están dispuestas a comer más lechuga, pueden reaccionar violentamente si les tocas sus antojos, declarando que solo les arrancarás su tableta de chocolate con avellanas de sus manos frías y muertas, o que no conciben la existencia sin una tarrina de medio litro de esos helados americanos con nombre sueco.
¿Son adictos a la comida? O al menos, ¿a cierto tipo de comida? El periodista ganador de un Pulitzer Michael Moss escribió un magnífico libro titulado "Salt Sugar Fat: How the Food Giants Hooked Us" (Azúcar, sal y grasa. Así nos engancharon los gigantes de la alimentación) describiendo con precisión cómo esa combinación de ingredientes hace que no podamos dejar de comer cacahuetes con miel, chocolate con leche o patatas fritas en bolsa.
Hay un delicado baile de sensaciones en juego: la comida dulce es evolutivamente atractiva para los humanos, porque nuestros ancestros casi nunca tenían acceso al azúcar en la naturaleza. El día feliz que encontraban un panal de miel se ponían hasta arriba: era energía que se iba a almacenar en sus cuerpos en forma de grasa y les ayudaría a sobrevivir durante el invierno.
A eso se le suma la grasa, el combustible preferido del cuerpo, y el componente más valorado por esos mismos ancestros en los animales, que se comían las vísceras y el tuétano y dejaban la carne magra para los otros animales carroñeros. Por último la sal, un compuesto casi mágico que hace que el azúcar sepa más dulce, la comida sea más crujiente y disfraza los sabores amargos desagradables que tienen muchos de los productos procesados por sí solos.
Fuente: https://www.eldiario.es/tumejoryo/comer/adiccion-comida-cerebro-drogas-azucar_0_702730655.html