03 de diciembre del 2018
Siempre se ha sospechado, argumenta Hoch, "que una de las razones por las que algunas personas devoran este tipo de snacks, incluso teniendo el estómago lleno, es por el alto contenido de grasas y carbohidratos que contienen".
Los investigadores inyectaron un trazador de cloruro de manganeso en las ratas para poder visualizar, a través de una resonancia magnética específica, qué ocurre en el cerebro cuando consumen cada una de las tres opciones. Claramente, mostraban más interés por las patatas fritas y se las veía más dinámicas después de engullirlas. Pero además, y aquí está la clave, Hoch y su equipo observaron que las áreas cerebrales relacionadas con el placer, la recompensa y la adicción se mostraban significativamente más activas con las patatas fritas que con cualquiera de las otras dos opciones.
Dado que el pienso elaborado con la misma composición de las patatas no provocaba la misma respuesta cerebral, esto demuestra que el alto contenido en grasas y carbohidratos no es razón suficiente para justificar esta forma compulsiva de comer. "Debe haber algo más que hace a las patatas tan irresistibles", puntualiza Hoch.
Lo mismo opina Susana Monereo, responsable de la Unidad de Endocrinología y Nutrición del Hospital Universitario de Getafe de Madrid, quien recuerda que hay otros estudios que hablan, por ejemplo, de los efectos adictivos del crujiente. No es casual que las patatas sean crujientes (algunas incluso se anucian por ser el triple de crujientes)". Y añade: "El contenido en sal, algo más que desconocemos o simplemente la mezcla de varios ingredientes puede ser el origen de ese efecto placentero que impide dejar de comer patatas" o cualquier otro tipo de piscolabis, como los nachos, los fritos; y los dulces como el chocolate. Además de estimular determinadas zonas del cerebro, "suben los niveles de dopamina, un neurotransmisor asociado con las experiencias placenteras".
Independientemente de cuál sea el secreto de los snacks, y que seguramente la industria alimentaria guarda a buen recaudo, no se puede decir que todo el mundo sea adicto. "Se sabe que hay una base genética que predispone, como ocurre con la adicción al juego. Y también hay una herencia epigenética, es decir, se ha visto (también en ratas) que durante el embarazo, cuando la madre come mucho este tipo de comidas, los descendientes nacen también con cierta tendencia a devorar estos aperitivos".
Además, tal y como indican los autores de la investigación, las preferencias individuales también influyen. Por eso "no todo el mundo muestra el mismo grado de actividad en dicha zona cerebral" y de ahí que algunas personas no sientan ese impulso por seguir comiendo patatas fritas mientras que otras son incapaces de parar (lo que se conoce como hiperplagia hedonista, o lo que es lo mismo, comer en exceso por placer, no por hambre).
Funte: https://www.elmundo.es/elmundosalud/2013/04/11/neurociencia/1365702029.html